Muchos de nuestros temores están relacionados con el apego y, viceversa, el apego tiene probablemente su principal raíz en el miedo. Tratándose de objetos materiales, una buena parte de la humanidad ha llegado a un punto de no parar de querer “tener”, “poseer” cosas. Esa carrera por adquirir objetos diversos que en la mayoría de los casos no son imprescindibles, nos torna menos livianos. Por ejemplo, si por una decisión o una circunstancia cualquiera tuviéramos que dejar atrás nuestro lugar habitual de residencia, probablemente nuestras cosas no entrarían en una valija mediana y deberíamos contratar un gran camión o vender la mayoría de ellas para poder partir. ¿Será realmente necesario acumular tantas cosas?
No es que la posesión de objetos materiales sea negativa, pero si nos sentimos muy dependientes de ellos, significa que en cierto modo nos atan, y en ese caso nos quitan un poco de libertad. Una forma de cambiar la óptica y ser menos posesivos con los objetos es verlos como un medio y no como un fin. Cuando consideramos el objeto como un fin en sí mismo, dependemos demasiado de él y tenemos temor de perderlo. Incluso pueden surgir emociones como la envidia, cuando no conseguimos tener lo que tienen otros. Si en cambio somos conscientes de que ese elemento -supongamos, un auto- es sólo un medio, ya no nos pesará tanto todo lo que esté relacionado con él.
¿Y qué pasa cuando se trata de personas?
Ahora el asunto se vuelve más delicado y difícil para la mayoría de nosotros. Tendemos a cosificar a las personas, en el sentido de creer que son “nuestras”. Los celos son manifestación del deseo de posesión del otro, y pueden llegar a tornar inestables y vulnerables las relaciones.
Si hay algo que deberíamos ahorrar en nuestros vínculos es la actitud de querer controlar la vida de los seres queridos, ya sean padres, hijos, hermanos, amigos o –principalmente- parejas, porque al contrario de lo que suponemos, la relación se torna sofocante y el resultado es que, en lugar de acercarse, tarde o temprano esas personas se alejan.
Si bien todos necesitamos el afecto de nuestros seres allegados, también precisamos mantener cierto grado de individualidad y libertad. Para lograr un buen equilibrio entre la libertad y los deseos de uno y otro (por ejemplo, en una pareja), basta que cada uno sea transparente y claro con sus gustos y necesidades, y así se construya entre ambos un tipo de relación en la cual diferentes acuerdos los hagan felices como pareja y también como individuos. La clave es la buena comunicación y, sobre todo, ser auténticos. Esto probablemente lleve tiempo y trabajo, pero puede hacer nuestra vida mucho más rica y fluida.
Ser desapegado con las personas queridas no implica desamor o descuido hacia ellos, sino lo contrario. Es una forma de querer menos egoísta, donde prevalece un fuerte vínculo que a su vez permite a ambas partes tener espacio, desarrollarse y ser libres.
