Tratado por contaminación plástica: la urgencia de la vida frente al bloqueo de los intereses fósiles

El fracaso de un tratado contra la contaminación plástica agudiza una de las crisis más graves. (Foto: EcoNews Creative Lab)

El mundo esperaba en Ginebra un momento histórico: el primer tratado global jurídicamente vinculante para frenar la contaminación plástica. Pero lo ocurrido fue todo lo contrario. Tras 10 días de estancadas negociaciones, los avances se evaporaron justo cuando más urgía actuar. Países como Francia o Colombia lo resumieron con crudeza: el bloqueo de intereses cortoplacistas apagó la posibilidad de un acuerdo serio.

El eje del conflicto fue el control de la producción de plástico virgen. Mientras que naciones comprometidas como Panamá, Kenia y Reino Unido reclamaban actuar en el origen del problema, limitando la producción y los químicos tóxicos asociados, petroleros como Arabia Saudita o Estados Unidos impusieron su veto. Su postura fue clara: preservar el modelo actual, enfocado en reciclaje y gestión de residuos, sin tocar el flujo continuo de plástico nuevo. En resumen: “enfrentar” la forma pero no el fondo.

Rebecca Prince-Ruiz, fundadora de Plastic Free July, advirtió en este medio una práctica que se ha vuelto costumbre (no sólo en la INC-5.2 si no en las diversas cumbres donde la conservación y la protección del ambiente, y de los derechos humanos, son el corazón del debate): la presión de los lobistas de la industria de combustibles fósiles y química. Ayer, de los 3.700 participantes, representando a 184 países y más de 619 organizaciones observadoras, 234 eran voceros del sector.

Un fracaso con costos profundos

La OCDE aporta datos contundentes: sin un cambio de rumbo, la producción global de plásticos podría dispararse un 70% entre 2020 y 2040, mientras que apenas el 6% provendrá del reciclaje. El resultado será mayor contaminación y crisis climática.

Pero como los diversos organismos internacionales vienen señalando- entre ellos la última OP de la CorteIDH- la crisis ecológica y climática está estrechamente vinculada a los derechos humanos. En la práctica, y para seguir reforzando los argumentos, esta semana el nuevo informe de WWF, “Plásticos, salud y un solo Planeta” evidencia que los MnP y los aditivos plásticos están vinculados a efectos biológicos graves, como alteraciones endócrinas, cánceres relacionados con hormonas (como el de mama y testículo), problemas reproductivos, infertilidad y afecciones respiratorias crónicas.

Este retroceso no es solo una derrota ambiental; es una afrenta al sentido común, a la responsabilidad colectiva y a la urgencia que todos necesitamos. También es una falla del multilateralismo: cuando ceden millones de intereses corporativos a costa del bien común, estamos ante una fractura moral que deslegitima el sistema.

El futuro del tratado sigue abierto, pero cada día perdido erosiona la confianza pública en que podemos articular una respuesta global eficaz. No basta con declaraciones de buenas intenciones en el club de poderosos. El tratado debe emerger del compromiso real, con visión, coraje y justicia intergeneracional como ejes centrales.

El momento es ahora. Y si los gobiernos siguen siendo tibios, que el tratado crezca desde las calles, desde las voces que no aceptan más indiferencia.

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