Este viernes, el mundo despertará con las noticias que lleguen desde las negociaciones del tratado global de plásticos de la ONU en Ginebra. ¿Tendremos un tratado que finalmente cierre el grifo de la crisis de contaminación por plásticos, o uno que permita que siga fluyendo —en cantidades cada vez mayores— hacia nuestros océanos, nuestras comunidades y nuestros cuerpos?
El futuro de nuestro planeta está ahora en manos de unos pocos. Y, con apenas unas horas de negociaciones restantes, las apuestas no podrían ser más altas.
No soy negociadora ni experta en políticas. Estoy en Ginebra como observadora acreditada. Empecé a involucrarme con el tema de los plásticos en 2011, después de impactarme al visitar mi centro de reciclaje local. Un mes después decidí dejar de usar plásticos de un solo uso y eso me llevó a crear el movimiento global Plastic Free July.
En los últimos 15 años he aprendido sobre la magnitud de la crisis: que solo el 9% de todo el plástico fabricado ha sido reciclado y que, de seguir como estamos, la contaminación por plásticos se duplicará para 2060. Pero también he visto cómo millones de personas en todo el mundo no solo se preocupan profundamente por este problema, sino que actúan y exigen cambios.
Estuve en Nairobi en 2022, cuando la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente adoptó la histórica resolución de elaborar un tratado internacional jurídicamente vinculante para acabar con la contaminación por plásticos. Se respiraba un sentido palpable de esperanza y motivación. En ese momento, una encuesta de IPSOS mostró un apoyo global abrumador: casi 9 de cada 10 personas en 28 países creían que un tratado era importante, y dos tercios lo consideraban esencial. Ese tipo de mandato público es raro y poderoso.
Tras cinco rondas de negociaciones, estamos en la recta final, pero el camino hacia un tratado sólido está bajo amenaza.
El problema de los plásticos
Las investigaciones publicadas en las últimas dos semanas han sido contundentes. Cada día leemos artículos y asistimos a eventos en los que científicos e investigadores comparten nueva información sobre el problema.
Un informe de The Lancet concluyó que los plásticos provocan enfermedades y muertes desde la infancia hasta la vejez, y son responsables de pérdidas económicas relacionadas con la salud por más de 1.5 billones de dólares anuales. Además, calificó la contaminación por plásticos como “un peligro grave, creciente y poco reconocido” para la salud humana, afectando de forma desproporcionada a las poblaciones vulnerables, especialmente a los niños.
Las noticias sobre subsidios a la producción de plásticos son igualmente alarmantes: los gobiernos gastan 80.000 millones de dólares al año en subvencionar la producción de plástico virgen. Estos subsidios hacen que el plástico fósil sea más barato que el reciclado, minando los esfuerzos de economía circular y perpetuando la contaminación.
Las personas
Lo que realmente hace tangible este problema es escuchar a quienes lo viven en carne propia. La Alianza Internacional de Recicladores (IAWP), que representa a más de 40 millones de personas en todo el mundo, pide un tratado que ponga en el centro los derechos, el conocimiento y el liderazgo de quienes más sufren la contaminación por plásticos. “Enfrentamos esta crisis todos los días —no desde oficinas con aire acondicionado, sino desde las calles y los vertederos”, afirma Soledad Mella, líder recicladora de Chile.
Esto no se trata solo de basura. Se trata de vida.
Como líder de una organización sin fines de lucro en la remota ciudad de Perth, Australia Occidental, las últimas dos semanas han sido un torbellino de aprendizajes y conversaciones con observadores y negociadores de todo el mundo: estudiantes, científicos, organizaciones de la sociedad civil, pueblos indígenas, recicladores, profesionales de la salud, responsables políticos y empresas. Todos preocupados y pidiendo cambios.
Cada día, antes de entrar al Palacio de las Naciones, pasamos junto a The Thinker’s Burden, una escultura de seis metros del artista Benjamin Von Wong. Durante las negociaciones, la figura es lentamente cubierta por una creciente ola de residuos plásticos. El bebé que sostiene representa lo que está en juego.
La política
A última hora de ayer, el presidente del Comité de Negociaciones Internacionales (INC) presentó un nuevo borrador del texto para el Tratado Global sobre Plásticos. La respuesta de los sectores que apoyan un tratado ambicioso fue inmediata y contundente.
WWF lo resumió con crudeza: “Esto no es un tratado”. El nuevo borrador elimina elementos clave esenciales para que el acuerdo sea eficaz: prohibiciones globales a productos dañinos, normas de diseño efectivas y un sólido mecanismo financiero. En cambio, se apoya excesivamente en medidas nacionales voluntarias, que la historia ha demostrado insuficientes para una crisis de esta magnitud.
La decepción no fue exclusiva de los grupos ambientalistas. La Coalición Empresarial para un Tratado Global sobre Plásticos —que representa a más de 275 organizaciones de sectores como finanzas, comercio minorista, gestión de residuos y manufactura— expresó su preocupación porque el texto carece de la claridad y ambición necesarias para movilizar inversiones y escalar soluciones. Su mensaje fue claro: “Los gobiernos deben elegir: seguir negociando un tratado con apoyo universal pero poco impacto, o acordar un tratado basado en normas globales sólidas que abarquen todo el ciclo de vida de los plásticos”.
En la INC-5.2 se registraron más de 3.700 participantes, representando a 184 países y más de 619 organizaciones observadoras. Entre ellos había al menos 234 lobistas de la industria de combustibles fósiles y química (casi cuatro veces más que los representantes de la Coalición de Científicos para un Tratado Eficaz sobre Plásticos). Surge así una pregunta crítica: ¿se están priorizando las voces de los productores de plásticos y quienes se benefician económicamente sobre las de quienes realmente quieren acabar con la contaminación, especialmente las comunidades que la sufren cada día?
Juan Carlos Monterrey Gómez, jefe negociador de Panamá, lo dijo en el plenario: “Nuestro objetivo aquí es acabar con la contaminación por plásticos, no simplemente alcanzar un acuerdo político. Necesitamos reducir la producción. Este borrador no es ambición, es rendición”. Otros países latinoamericanos (Colombia, Chile, Costa Rica, Ecuador, Perú y Uruguay) se han unido a la Coalición de Alta Ambición, exigiendo medidas más firmes para frenar la producción de plásticos y eliminar los químicos tóxicos.
La oportunidad
Este no es momento para compromisos tibios en nombre del consenso o la ilusión de progreso. Es momento de valentía. Porque el mundo está mirando.
Millones de personas que participaron en Plastic Free July están mirando. Comunidades que ya enfrentan la contaminación y sus impactos en la salud están mirando. Pueblos Indígenas, científicos, trabajadores en primera línea y la próxima generación están mirando.
El nuevo borrador parece haber eliminado muchos de los elementos más esenciales del tratado. Pero todavía queda tiempo —muy poco— para revertir la situación.
Este tratado es una oportunidad única en una generación. Puede establecer estándares globales, impulsar la innovación y desbloquear financiación para una transición justa. Puede empoderar a la ciudadanía, proteger la salud y restaurar los ecosistemas.
Pero solo si es ambicioso. Las medidas voluntarias no nos llevarán allí.
La gente ya ha hecho su parte. Ahora es el momento de que los gobiernos hagan la suya y se pongan del lado de la mayoría ambiciosa. El mundo está mirando.
Este es nuestro momento. No lo desperdiciemos.
*Rebecca Prince-Ruiz es la fundadora de Plastic Free July, un movimiento global que ayuda a millones de personas a ser parte de la solución a la contaminación plástica.
📍Sobre EcoNews Opinión: Este espacio reúne voces diversas con una mirada crítica, plural y profunda sobre los grandes temas de la agenda socioambiental. Las opiniones expresadas en esta sección pertenecen exclusivamente a sus autores y no reflejan necesariamente la postura editorial de EcoNews. Promovemos el debate abierto y riguroso, en un contexto de respeto, honestidad intelectual y reconocimiento de las complejidades que atraviesan nuestro tiempo. Porque pensar el mundo que habitamos requiere pluralismo, reflexión y la valentía de abrazar las contradicciones.