La COP30 terminó en Belém, en pleno corazón del Amazonas, con una mezcla de frustración, tensiones diplomáticas y una señal tenue —pero inédita— de que algunos países están dispuestos a avanzar hacia el fin de los combustibles fósiles. Aunque la declaración final evitó mencionarlos, los debates, las calles y ciertos anuncios paralelos marcaron un punto de inflexión.
Estos son los cinco puntos clave para entender lo que realmente dejó esta cumbre histórica.
1. Una declaración final sin fósiles (otra vez)
Pese a la presión global y a un consenso científico contundente, la Declaración de Belém no menciona los combustibles fósiles. El bloqueo vino —como en años anteriores— de países petroleros liderados por Arabia Saudita, que incluso se opusieron a incluir el término en el texto final.
Pero afuera del documento oficial, ocurrió lo relevante: alrededor de 80 países, con Colombia y España a la cabeza (y con el apoyo de la mayoría de la Unión Europea), impulsaron una hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles. No dentro de la COP, sino por fuera del consenso multilateral, donde el veto de un solo país deja de ser un obstáculo.
2. Manifestación social sin precedentes
A diferencia de las últimas tres COP —donde las calles estuvieron fuertemente restringidas— Belém se llenó de manifestantes. Hubo decenas de miles de personas, con un protagonismo histórico de pueblos indígenas y comunidades locales reclamando:
- justicia climática,
- protección de territorios,
- y freno a la expansión petrolera.
El contraste no pasó desapercibido: mientras adentro se medían cada palabra del texto, afuera se multiplicaron las consignas para “dejar los combustibles fósiles bajo tierra”.

3. La gran contradicción de Brasil: la agenda verde vs offshore amazónico
Ser anfitrión del evento y defender el Fondo de Bosques Tropicales fue un gesto político fuerte de Lula da Silva. Pero la narrativa se complicó cuando, apenas dos semanas antes de la COP, el propio gobierno autorizó una nueva explotación petrolera de Petrobras cerca de la desembocadura del Amazonas.
A la vez, su ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, pidió explícitamente a los países “tener el coraje” de iniciar la eliminación gradual de los fósiles.
El doble mensaje se convirtió en uno de los símbolos más claros de las tensiones que atraviesan la región.
4. Financiamiento climático sin salto transformador
La COP30 tampoco trajo grandes novedades en materia de financiamiento.
El nuevo objetivo colectivo —acordado en 2023 y ratificado sin cambios— apunta a movilizar 300.000 millones de dólares anuales hacia 2035, entre adaptación, mitigación y “pérdidas y daños”.
El problema:
- no se aclaró cuánto será donación real,
- cuánto será deuda,
- ni de dónde saldrá el dinero.
Tampoco avanzaron propuestas estructurales como impuestos globales a grandes fortunas o a sectores altamente emisores (aviación, transporte marítimo).
5. Un anuncio clave para el futuro
Quizás el legado más relevante de esta COP no esté en la declaración oficial, sino en una invitación: Colombia y los Países Bajos convocarán en 2026, en Santa Marta, una conferencia global para acordar una hoja de ruta hacia el abandono de los combustibles fósiles.
Será un espacio fuera del marco tradicional de la ONU, sin derecho a veto, con posibilidad de sumar países, ciudades, actores privados y sociedad civil.
En otras palabras: si la COP no puede nombrar los fósiles, otros empezarán a diseñar el futuro sin ellos.
La Declaración de Belém refleja la fragilidad del multilateralismo climático y el peso del lobby fósil dentro de las negociaciones. Pero también mostró que, en paralelo, está surgiendo un contrapoder climático formado por países, territorios y movimientos sociales dispuestos a romper la inercia.
La pregunta ahora es si el mundo puede —y quiere— actuar a la velocidad que exige un planeta que ya superó, aunque sea por momentos, el umbral del 1,5 °C.













