Un planeta vivo que tiene vida necesita relacionarse amigablemente, con armonía, para avanzar y evolucionar, o caminar hacia fines comunes. En las últimas décadas hemos detectado los seres humanos (claro, imagino que la naturaleza en su conjunto se percató mucho antes) que algo se estaba realizando de forma inadecuada, porque se percibía —y hoy, con mayor fuerza— que lo que antes era normal y parte de la rutina, o si quieren de la obviedad, ahora resulta extraño o muy poco frecuente. Dentro de estas realidades modificadas está el simple hecho de respirar “aire saludable”.
Para entender un poco más esto, debemos primero definir —o al menos ponernos de acuerdo— en qué es un aire saludable. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido: “El aire saludable es aquel que no contiene concentraciones de contaminantes que representen riesgos significativos para la salud humana”.
Pero ¿qué significa, o qué entendemos por contaminantes?
De nuevo, la OMS entiende como contaminante del aire: “cualquier sustancia presente en la atmósfera que, en ciertas concentraciones, puede causar efectos adversos en la salud humana y en el medio ambiente”.
Podemos dar un par de vueltas y terminar enredándonos entre términos y conceptos. Seamos claros: muchas veces son difíciles de entender. Por ello, vamos a considerar que “aire saludable”, para este artículo, es aquel que nos permite sentirnos mejor o, al menos, mantener nuestra calidad de vida como si viviéramos en un lugar natural. Por lo tanto, en este artículo nos distanciaremos de términos como “aire limpio”, “aire no contaminado”, “aire legalmente bueno” o “aire en concentraciones seguras para el promedio de la población”, y tomaremos este último concepto como punto de partida para profundizar.
Primero debemos entender que todos los seres vivos son diferentes y, por ende, nuestros umbrales o capacidades también lo son. ¿Sabían que los seres humanos tenemos la capacidad de adaptarnos a realidades que muchas veces no son saludables, sin percibir lo que biológica o fisiológicamente está ocurriendo en nuestros cuerpos? Muchas veces llegamos a evidenciar dolencias, síntomas o enfermedades cuando ya es tarde, y en el momento en que revertir la situación es complicado, nuestro cuerpo nos envía un grito desesperado.
La polución o contaminación no solo está fuera de nuestros hogares, sino también dentro de ellos. Cada vez es más preocupante. Datos de la OMS indican que casi un tercio de la población mundial utiliza mecanismos para cocinar o calefaccionarse que son peligrosamente contaminantes. La misma organización señala que en 2020 murieron 3.2 millones de personas por causas directamente relacionadas con este tipo de contaminación, y más de 230.000 fueron niños menores de 5 años.
En muchas ocasiones —y así lo indican los estudios—, las familias con mayores carencias o fragilidades, incluso de acceso a la salud, que viven en zonas rurales, son las más afectadas.
Ese aire que respiramos, dentro o fuera de casa, se está tornando cada vez menos saludable. No lo percibimos porque los contaminantes, mientras más pequeños, menos visibles y más dañinos son, ya que ingresan a nuestro sistema respiratorio sin mayores barreras, incluso llegando a nuestros alvéolos, la zona donde se realiza el intercambio del oxígeno vital que permite el buen funcionamiento de las células y la eliminación del dióxido de carbono para evitar intoxicarnos.
Aquí se presentan dos grandes desafíos: no solo quienes están saludables y son expuestos a estos contaminantes, sino —y más grave aún— quienes ya tienen dolencias (las cuales han aumentado exponencialmente en las últimas décadas). Solo a modo de muestra, algunos datos:
- 230 millones de personas con asma a nivel mundial.
- 200 millones de personas con EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) a nivel mundial.
- 1.7 millones de personas con cáncer pulmonar.
Estos datos y muchos otros preocupantes son parte de una investigación realizada en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
¿Cuál es el abrazo que nos propone la Encíclica Papal y el Movimiento Laudato Si’ en esta perspectiva?
“La violencia que hay en el corazón humano […] también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.”
“Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta; su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.”
“La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, no puede asegurar el desarrollo integral y la calidad de vida humana” (Laudato si’, 112).
En estas palabras se siente el llamado de aquellas vidas que muchas veces sufren estos desafíos de salud sin conocer o reconocer que en sus propias prácticas —ejecutadas muchas veces desde el desconocimiento o la falta de opciones económicas— puede estar parte de la solución. Somos un tesoro porque somos parte de la creación y, por ende, parte del Creador. Es nuestra responsabilidad cuidarnos.
A lo anterior se suma otra corriente transversal: la transición en esta adaptación climática debe ser justa. No debemos quedarnos en reposo si sabemos que la falta de justicia también afecta a quienes viven en situaciones de carencia desde hace generaciones.
¿Qué podemos aportar en este desafío para ser parte de la solución?
- Programas educativos e informativos para clarificar y compartir estos datos de forma amorosa, clara y cercana, para mayor entendimiento.
- Crear líneas y programas de financiamiento para reconvertir los sistemas de calefacción y cocina, como ya lo están haciendo países como Chile, Perú, México, Nepal y otros.
- Pertenecer o participar en redes internacionales como la “Alianza para el Aire Limpio Intradomiciliario (PCIA)”.
- Escuchar y difundir las comunicaciones que sobre esta temática realizan instancias globales como la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la AIE (Agencia Internacional de Energía).
- Viralizar (aprovechando el poder de las redes sociales) estas informaciones con asertividad y empatía, llegando a diversos públicos objetivos.
- Generar la incorporación de estos saberes en los planes educacionales en todos los niveles, de manera horizontal y vertical (toda la comunidad educativa).
El conocimiento y el desafío ya están en marcha. Ahora nos corresponde compartirlos, amplificarlos y convertirlos en movimiento. Cada acción, por pequeña que parezca, puede abrir oportunidades para proteger —y literalmente salvar— la salud de muchas vidas. Las alternativas existen y están más cerca de lo que imaginamos: está en nuestras manos reconocerlas, impulsarlas y ponerlas en práctica.
*Este artículo fue escrito por Christian Matamala, animador y coordinador del capítulo Chile del Movimiento Laudato Si’.