Hay personas que dicen lo que piensan, a otros les cuesta expresarlo en palabras; algunos no piensan lo que dicen o hablan sin convicción. Pero tal vez lo más difícil sea encontrar personas que actúen en total concordancia con lo que dicen pensar.
¿Por qué a veces cuesta ser coherente?
Es interesante intentar descubrir si aquello de lo cual manifestamos estar convencidos, es en realidad lo que profundamente creemos. ¿Cuántas veces escuchamos frases como “no hay que juzgar, no hay que discriminar, no hay que agredir, hay que aceptar a los demás…”, y luego vemos que las mismas personas que se expresan así en poco tiempo están adoptando actitudes que las contradicen?
Si nuestro discurso se basa en fundamentos heredados culturalmente, pero que en el fondo no coinciden con nuestra forma de ver las cosas, es normal entonces que terminemos siendo incoherentes. Además, muchos se acostumbran a practicar la incoherencia porque han aprendido del mal ejemplo recibido por parte de la mayoría; entonces se excusan con este argumento: “si todos lo hacen, ¿por qué yo no lo haría?”
No obstante, en muchos ámbitos encontramos personas con buenas intenciones y cuyos actos son coherentes con sus ideas, y es en ellos en quienes podríamos inspirarnos. En general, quienes hacen lo que dicen o actúan en concordancia con lo que piensan reciben las simples y obvias consecuencias de vivir de esa manera: cosechan los frutos de sus ideas plasmadas en acciones y, si sus ideales son nobles, así son los resultados. Si bien todos somos humanos y de vez en cuando podemos errar y perder la perfecta coincidencia entre idea y actitud, buscar conectarnos con nuestros ideales y actuar en resonancia con ellos, nos traerá seguramente interesantes consecuencias y mucha gratificación.