Hace apenas cinco años, hablar de sostenibilidad en el mundo empresarial era, en muchos casos, un gesto de corrección política. Se hablaba de “huella de carbono”, “impacto social” y “compromiso ambiental”, pero puertas adentro la sostenibilidad seguía siendo un costo, una obligación o una buena historia para contar.
Hoy, ese discurso empieza a quedar viejo. Las empresas descubrieron que la sostenibilidad también puede ser negocio. Y que invertir en impacto no solo mejora la reputación, sino que fortalece la rentabilidad, la innovación y la resiliencia.
Un reciente estudio global del mercado medio (Reporte: Escalando la sostenibilidad: cómo preparan las medianas empresas su crecimiento de cara al futuro – Grant Thornton) muestra una tendencia clara: nueve de cada diez empresas planean mantener o aumentar su inversión en sostenibilidad. En un contexto mundial de tensiones geopolíticas y volatilidad regulatoria, ese dato no es menor. Significa que la sostenibilidad ya no depende del clima político, sino de la lógica empresarial que responde a una clara demanda social.
De la retórica al rendimiento
En los últimos años, las empresas pasaron de “comunicar impacto” a gestionar impacto. Ya no alcanza con publicar un reporte o adherir a un estándar. Lo que define el liderazgo hoy es la capacidad de integrar los criterios ESG al modelo de negocio y traducirlos en resultados medibles.
En 2020, muchas compañías empezaron a incorporar objetivos ambientales o sociales como parte de sus planes estratégicos. En 2023, esa integración se aceleró: la sostenibilidad dejó de ser un área periférica y se volvió transversal a la operación.
La pregunta ya no es sólo “¿cuánto nos cuesta ser sostenibles?”, sino también “¿cuánto nos cuesta no serlo?”. Porque los costos de la inacción (energéticos, reputacionales o regulatorios) pueden ser mucho mayores que los de la inversión inicial. Y porque en un mercado cada vez más competitivo, la sostenibilidad se transformó en una ventaja diferencial.
El nuevo ADN del negocio
Los datos lo confirman: más de la mitad de las empresas encuestadas (54%) espera que sus estrategias sostenibles mejoren la rentabilidad, y un 51% cree que impulsarán los ingresos. Apenas un 2% no ve relación entre sostenibilidad y resultados comerciales.
La energía, la digitalización y la cadena de valor son los ejes donde se juega esta transformación. Las compañías que invierten en eficiencia energética o en fuentes renovables no solo reducen su impacto, también ganan estabilidad operativa y previsibilidad de costos.
La digitalización, por su parte, permite medir lo que antes era invisible: consumos, emisiones, trazabilidad. Esa capacidad de registrar datos en tiempo real convierte a la sostenibilidad en un proceso cuantificable, no en una narrativa aspiracional.
En paralelo, las cadenas de suministro empiezan a transformarse en verdaderos ecosistemas de impacto: las grandes empresas exigen a sus proveedores cumplir estándares ambientales y sociales, generando un efecto multiplicador que atraviesa sectores enteros.
De la filantropía a la estrategia
La pandemia fue un punto de inflexión. Puso en evidencia que los modelos empresariales lineales y cortoplacistas no eran sostenibles ni económica ni socialmente. Desde entonces, la sostenibilidad dejó de ser sinónimo de filantropía y pasó a ser sinónimo de estrategia.
Hoy, los directorios discuten temas que antes quedaban relegados a comités de RSE: transición energética, circularidad, bienestar laboral, transparencia de datos. Y no porque haya más conciencia moral, sino porque hay más conciencia de mercado.
En un mundo hiper conectado y vigilado, el consumidor puede rastrear el origen de un producto (trazabilidad), evaluar la coherencia de una marca y castigar la inconsistencia con un clic.
La sostenibilidad, entonces, se vuelve también una cuestión de licencia social para operar.
Desafíos que marcan la agenda
Este nuevo paradigma no está exento de contradicciones. Las empresas enfrentan tres tensiones que definirán la próxima década del negocio sostenible:
- Costo vs. retorno: invertir en sostenibilidad requiere capital, pero no hacerlo
puede salir mucho más caro. - Corto vs. largo plazo: los beneficios reales no siempre son inmediatos, pero sí
acumulativos. - Narrativa vs. evidencia: los reportes ya no bastan, el mercado exige métricas
verificables y resultados medibles.
El desafío está en navegar esas tensiones con inteligencia y consistencia. Quienes logren hacerlo no solo protegerán su reputación, sino que construirán valor de marca y resiliencia económica.
El futuro no es verde, es inevitable
Hablar de sostenibilidad hoy no es hablar de idealismo, sino de supervivencia empresarial. Las compañías que no integren esta lógica quedarán fuera del radar de los inversores, los reguladores y los consumidores.
La sostenibilidad ya no es un “plus”, es el nuevo estándar competitivo. Y las empresas que lo entiendan a tiempo no solo se adaptarán al cambio: serán las que lo impulsen. Los próximos cinco años definirán si las organizaciones latinoamericanas logran pasar del discurso a la acción, del “greenwashing” al “greenwinning”.
Porque el verdadero desafío no es parecer sostenibles, sino serlo realmente y demostrarlo con hechos concretos que reflejen la nueva realidad de los negocios dando una respuesta a las expectativas sociales con valores diferenciales, creando sinergias que propicien un equilibrio entre la demanda ESG y la rentabilidad en los negocios.
* Alejandro Chiappe es Contador Público (UBA). Socio Líder de Advisory & Sector Público de Grant Thornton Argentina, especialista en transaction advisory, auditoría forense y servicios ESG.
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