Si nos preguntamos qué es lo que nos caracteriza como especie humana, podemos citar la capacidad de razonar, el desarrollo de la escritura, el dominio de varias lenguas, la sonrisa, la habilidad con las manos y tal vez muchas otras cosas que nos distinguen de las demás especies. Pero nuestra propia historia nos da ejemplos de acontecimientos nada felices o agradables, que parecería impensable atribuir a la responsabilidad de una especie tan “evolucionada”. Mencionemos un único ejemplo que los sintetiza: las guerras.
Si bien como especie hemos logrado muchos avances gracias a tantos descubrimientos y a un desarrollo de tecnología que facilitan la vida actual, a veces pareciera que perdimos el lado afectivo de nuestra humanidad naturalizando ciertas situaciones.
Para estimular lo más lindo de la condición humana, hay que conectarse más con el lado sensible y comenzar a actuar en mayor afinidad con él.
Una manera de hacerlo es ejercitando la cordialidad. La palabra cordialidad proviene del latín cordis, que significa corazón, y es sinónimo de amabilidad, bondad, cariño, afectuosidad, familiaridad, sociabilidad, simpatía. Es la cualidad que nos lleva a actuar con sentimiento, con afecto, es decir, de corazón.
Si todos comenzáramos a ser más amables, no sólo generaríamos una sensación agradable en los demás, sino que nos haríamos bien a nosotros mismos. Una actitud así ante la vida demuestra respeto por el otro y genera, como consecuencia, reciprocidad. ¿Y en qué situaciones podemos aplicarla? La cordialidad puede asumirse como un estilo de vida si así lo decidimos. Sintonizando con nuestro lado más humano, las actitudes amables surgirán naturalmente hasta en situaciones en las que el otro no tiene la misma forma de expresarse.
Para comenzar a poner esto en práctica, el escritor DeRose nos da algunos ejemplos concretos de acciones de civilidad o cordialidad:
- Efectuar una donación a alguna institución de asistencia social seria.
- Participar como voluntario en alguna campaña filantrópica.
- Dar comida a quien tiene hambre.
- Dar abrigo a quien tiene frío.
- Dar una sonrisa, una atención, afecto a quien lo esté precisando tanto como quien tiene hambre o frío.
- Salvar a un perro abandonado.
- Frenar el auto para dar paso a un peatón que quiera atravesar la calle, aunque lo haga fuera de la senda peatonal.
- Pedir disculpas aunque uno esté seguro de tener razón.
- Regalar flores a un amigo.
- Conversar con un desconocido en el supermercado o en el shopping.
- Tratar con cortesía a todo el personal subalterno.
- Reciclar.
- Responder con gentileza a un vecino irritado.
- Calmar a un colega, familiar o amigo cuando esté enojado con uno.
Como estos ejemplos podríamos citar muchos más, algunos tan simples y fáciles de llevar a cabo que ni siquiera deberían figurar en una lista; otros que requieren más conciencia del entorno y de nosotros mismos. Si cada vez más personas adoptaran esta forma de comportamiento, el mundo se iría transformando poco a poco en algo diferente, en un lugar menos hostil, menos individualista y mucho más “humano” para vivir y desarrollarse. ¿Qué tal si empezamos ahora mismo?
*Este artículo fue escrito por Natalia Aramburú, directora en DeRose Method Ciudad de Mendoza