Acabo de regresar de mi segundo viaje en bicicleta por Japón y, como me pasó la primera vez, me quedé con la sensación de haber pedaleado por otro planeta. No lo digo como una metáfora. Japón parece vivir en un rincón del universo donde las reglas son otras, donde el caos no reina, donde lo ajeno se respeta y el otro no es una amenaza, sino parte de un delicado equilibrio.
Uno de mis compañeros de viaje perdió la billetera en el subte. Tenía el equivalente a 200 dólares en yenes, además de tarjetas y documentos. Al día siguiente, la billetera lo esperaba intacta en una oficina de objetos perdidos. Alguien se tomó el trabajo de entregarla. “Estos japoneses son unos marcianos”, dijo mi amigo. Pero no. Los verdaderos marcianos somos nosotros, que naturalizamos que lo perdido no vuelve, que una billetera abandonada es sinónimo de ganancia rápida para el que la encuentra.
En Japón, el respeto no es una consigna ni una campaña de concientización: es una práctica cotidiana. En las calles no hay bocinazos ni peleas. Si alguien frena en medio del tránsito, el que viene atrás simplemente espera. No hay que justificar nada. “Alguna razón tendrá”, parece decir la sociedad entera. En Tokyo, una megalópolis de 34 millones de personas, uno puede caminar sin sentirse apretado, sin que nadie lo empuje, sin esa fricción constante de ciudades donde la ansiedad se respira.
Desde los puentes urbanos se ven ríos limpios y peces nadando tranquilos. ¿Cuándo fue la última vez que viste un pez en el centro de tu ciudad?
No, Japón no es perfecto. Tiene sus sombras: una población que envejece rápido, una natalidad en picada, una sociedad que se repliega sobre sí misma. Se achican a un ritmo de 800 mil personas por año. Si siguen así, en unas décadas serán menos que un recuerdo. Y sin embargo, qué lástima sería perder una cultura que nos recuerda —sin gritarlo— que hay otras formas posibles de vivir.
Japón no está en el lado equivocado del universo. Quizás está justo donde deberíamos empezar a mirar.

Por supuesto con todas sus pertenencias intactas.







*Fotógrafo y editor con 35 años de trayectoria. Se desempeñó como reportero gráfico para medios nacionales e internacionales y cuenta con 40 libros publicados. Además, organiza viajes en bicicleta por distintas regiones del mundo.