Un estudio sin precedentes publicado en Nature analizó el ADN de 1.313 esqueletos de hasta 37.000 años de antigüedad y reveló algo inquietante: las grandes epidemias que marcaron la historia humana nacieron de la mano de nuestras propias innovaciones.
Los investigadores identificaron rastros de 214 patógenos en restos humanos de distintas regiones del mundo. Entre los hallazgos más antiguos se encuentran casos de lepra en Escandinavia (1.400 años), malaria en Europa Central (4.200 años), hepatitis B en Siberia (9.800 años) y peste bubónica en Rusia y Asia Central (5.700 años).
Pero el gran punto de inflexión fue el Neolítico, cuando el ser humano pasó de ser nómada a vivir en aldeas y comenzó a domesticar animales. “Vivir junto a vacas, ovejas y caballos abrió la puerta a nuevas enfermedades zoonóticas”, señala el informe. El contacto cercano con los animales, sumado al crecimiento de la población y el desarrollo de la agricultura, facilitó la transmisión de virus y bacterias que antes no circulaban entre humanos.
El impacto de estas epidemias fue mucho más profundo que el sanitario: alteraron la genética de poblaciones enteras, reorganizaron sociedades y hasta moldearon procesos políticos y culturales. Para los investigadores, las mismas innovaciones que asociamos con el progreso —la agricultura, la urbanización, el transporte y el comercio— crearon el escenario perfecto para el surgimiento de pandemias.
Este estudio no solo ofrece una mirada hacia el pasado, sino también una advertencia para el presente: el avance tecnológico y la interconexión global siguen generando riesgos sanitarios. La pregunta queda abierta: ¿estamos aprendiendo de nuestra propia historia?