La malaria, también conocida como paludismo, fiebre de la jungla o ague, es una enfermedad que ha afectado a los humanos desde hace más de 50.000 años. Cada año cobra la vida de alrededor de 400.000 personas.
De acuerdo con el más reciente informe de la Organización Mundial de la Salud, 16 países del continente americano se encuentran en riesgo por malaria. En esta región, cinco naciones registraron casi el 90% de los casos reportados en 2023: Brasil (33%), Venezuela (26%), Colombia (21%), Guyana (6%) y Perú (4%). Todos estos países son amazónicos.
Alrededor del 75% de los casos fueron causados por Plasmodium vivax, un parásito transmitido por la picadura de mosquitos hembra del género Anopheles.
El informe de 2024, el más reciente publicado, detalla que en 2023 la región reportó 505.642 casos de malaria, incluyendo recaídas, y 116 muertes en población indígena. También se resaltó que Paraguay, Argentina, El Salvador y Belice fueron certificados como libres de malaria por la OMS entre 2018 y 2023.
María Eugenia Grillet, científica, profesora e investigadora especializada en ecología, epidemiología, insectos vectores, entomología médica y salud pública, declaró a Huella Zero que la deforestación en la Amazonía es uno de los principales factores que acelera la propagación de la malaria en los bordes de los bosques.
“La malaria que observamos en toda la región selvática amazónica —que comprende nueve países y cubre el 40% del continente— por lo general la llamamos malaria cercana al bosque porque los mosquitos que la transmiten suelen vivir en el borde del bosque, no dentro de él. Esto les permite dispersarse localmente en un área determinada, facilitándoles encontrar una fuente de sangre, que por lo general es humana”, explicó.
Enfermedades zoonóticas en la Amazonía
Grillet expuso que la mayor parte de las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen zoonótico, causadas principalmente por patógenos (parásitos, virus y bacterias) con potencial epidémico.
Explicó que la transmisión de la zoonosis ocurre cuando un patógeno circula entre hospedadores animales y, bajo ciertas circunstancias, pasa al humano, iniciando un ciclo de transmisión entre humanos y animales (o vectores, como mosquitos). Tal es el caso de la malaria, que tuvo su origen zoonótico (en un bosque) hace miles de años.
“Y así se han originado el 70 u 80% de las enfermedades infecciosas en el mundo. El VIH, por ejemplo, el ébola y el dengue también tuvieron un origen en un bosque”, reseñó.
Grillet comentó que las principales causas antrópicas de la emergencia o reemergencia de las zoonosis y de la malaria se deben a cambios en los ecosistemas, tales como las modificaciones en el uso de la tierra, la deforestación, la presión de la urbanización y el desarrollo, que a su vez promueven más deforestación.

Un informe de Global Forest Watch publicado el 12 de junio reveló que la agricultura permanente es la principal responsable de la pérdida del 73% de la cobertura arbórea en América Latina, impulsando la deforestación de los bosques tropicales.
Mientras que el estudio Deforestation and Spillover of Zoonotic Viruses in South America: Evidence and Knowledge Gaps, cuya autoría es de María Eugenia Grillet y Maria Fernanda Vincenti-González, detalló que entre 2001 y 2020, la Amazonía perdió más de 542,000 km² de sus bosques, lo que equivale aproximadamente al tamaño de Francia.
La región brasileña, que comprende el 62% de la Amazonía total, fue la más afectada, seguida por Bolivia, Perú y Colombia. Las principales causas de esta deforestación incluyen actividades extractivas legales e ilegales, como la minería, la explotación de hidrocarburos, la extracción de madera, fauna y flora, además de actividades agrícolas, ganaderas y obras de infraestructura como carreteras y represas.
De acuerdo con el estudio, la pérdida de vegetación producto de la deforestación y la fragmentación de bosques en la Selva Amazónica y en el Bosque Atlántico produce enfermedades causadas por virus transmitidos por artrópodos (arbovirus) como la fiebre oropuche y la fiebre amarilla, o infecciones virales causadas por hantavirus (síndrome cardiopulmonar).
También está el virus de la rabia (RABV), zoonosis que se transmite entre mamíferos, principalmente murciélagos, pero también bovinos, ovejas, cabras, caninos, felinos y humanos.
¿Hay relación entre la malaria y el cambio climático?
Grillet afirmó que hay poca evidencia hasta ahora de que el cambio climático determine la emergencia de nuevas zoonosis o la reemergencia de las ya establecidas. Sin embargo, reconoció que las arbovirosis transmitidas principalmente por mosquitos del género Aedes, como el Aedes aegypti (mosquito de la fiebre amarilla), y Aedes albopictus (mosquito tigre), muestran la mayor relación entre su expansión y el cambio climático.
Estos mosquitos han aumentado su abundancia en las zonas donde ya eran comunes; además, ampliaron su rango de distribución a zonas donde antes no existían producto de los cambios en la temperatura. Veranos más cálidos y prolongados permiten su subsistencia en áreas con temperaturas que antes resultaban inadecuadas.
En América del Sur, Aedes aegypti muestra una distribución latitudinal más al sur, lo que ha provocado que haya un aumento de casos de dengue en países como Argentina, que no registró contagios en 70 años.
El aumento de casos de dengue a nivel mundial se debe en parte a esta mayor abundancia de mosquitos, aunque otros factores socioeconómicos -como viviendas precarias con acumulación de agua por servicios deficientes- también contribuyen.
La experta añadió que la variabilidad climática natural (El Niño y La Niña) altera los patrones de distribución de los mosquitos, ocasionando picos de dengue en Venezuela cada tres a cinco años, coincidiendo con eventos de El Niño y temperaturas más altas que aceleran el ciclo de desarrollo de los mosquitos y del virus dentro del mosquito.
La malaria y la minería en la Amazonía venezolana
En Venezuela, en los últimos años, la tasa ascendente de casos de malaria se ha desacelerado. De acuerdo con el reportaje Malaria, la epidemia que la minería extendió a toda Venezuela en la última década, publicado en Correo del Caroní, los casos en el sur del país (territorio amazónico) disminuyeron gracias al apoyo de varias ONG como la Cruz Roja Internacional, Médicos sin Fronteras y el soporte financiero del Fondo Global al programa local de malaria.
La migración interna asociada con la actividad minera aurífera contribuyó al aumento de la malaria, resultando en la aparición de nuevos focos de infección en 18 de los 23 estados del país.
El reportaje explicó que, entre 2010 y 2017, Venezuela experimentó un aumento importante en los casos reportados de malaria, pasando de 45,155 en 2010 a más de 400,000 en 2017. Entre 2014 y 2017, los casos se incrementaron en promedio un 65% al año, superando cualquier otro período en la historia del país.
Grillet comentó que el modelo de minería a cielo abierto que se desarrolla en la Amazonía venezolana a menudo es un caldo de cultivo para la malaria. Esto ya que los mineros, al talar y crear lagunas de agua para la extracción de oro (usualmente usando mercurio), proporcionan tanto fuentes de alimento (sangre humana) como sitios ideales de reproducción para los mosquitos.
“Después que ellos sobreexplotan esa laguna, hacen otra más allá; y así van talando y dejando lagunas en el camino que al final se convierten en criaderos ideales para esos mosquitos”, esbozó.
Además, agregó que las precarias condiciones de vida de los mineros aumentan su exposición a las picadas de mosquitos, ya que en su mayoría pernoctan en campamentos improvisados.
Respondiendo al cuestionamiento sobre qué se necesita para un futuro idóneo en la Amazonía, la experta explicó que debe coexistir un equilibrio entre el desarrollo y la conservación, logrando acuerdos entre políticos, desarrolladores y conservacionistas para aprovechar el bosque sin destruirlo completamente.
Mencionó la iniciativa One Health de la OMS, que busca la salud humana a través de la salud animal y ambiental, afirmando que bosques saludables implican animales y personas saludables.
“Mientras tengamos bosques saludables, tendremos animales saludables, tendremos personas saludables. Entonces, esa visión es la que está tomando poco a poco más cuerpo para abordar este tipo de enfermedades que dependen del ambiente. Es entender que estas enfermedades dependen de condiciones ambientales como la lluvia, la temperatura, y la vegetación. Eso significa que hay un paisaje que puede promover enfermedades o hay un paisaje que puede, por el contrario, mantener el equilibrio de las personas, los animales, el ambiente y los patógenos”, señaló.