Pasaron 10 largos años pero finalmente la 30° Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), la cumbre ambiental internacional más importante para la definición de la política global, se vuelve a realizar en Latinoamérica. Y va a suceder a la ribera de uno de los reservorios naturales más importantes de la humanidad: la Amazonía.
Muchos expertos describen la Amazonía como el “pulmón verde del mundo”. Así como pasa con el resto de los bienes naturales, los recursos no son infinitos y este ecosistema también está en peligro. A los efectos derivados de la crisis ambiental —como el aumento de las temperatura y las sequías que afectan el equilibrio del ecosistema— se les suma otro factor fundamental que pone en juego su conservación: la definición política.
¿Qué pasa cuando el jefe de Estado, encargado de impulsar esa política de cuidado, es un confeso negacionista del cambio climático? Lo vimos con Bolsonaro: se paralizaron los fondos de financiamiento, como el “Amazon Fund”, y los números de deforestación subieron por encima de niveles históricos. Se calcula que se perdieron alrededor de 45.586 km², unas 6.385 canchas de fútbol. Hoy, bajo la gestión de Lula, la realidad es otra: se restituyó el fondo, se relanzaron programas para controlar la deforestación y se impulsan políticas de cuidado con los gobiernos locales. Ya en el primer año los datos mostraban una reducción de la deforestación de alrededor del 11%. Tomamos el ejemplo de Brasil, pero recordemos que la Amazonía abarca 8 países, con lo que las políticas públicas para su preservación necesariamente deben ser mancomunadas. Y ahí reside un elemento clave que tenemos que ir a disputar a la COP30: políticas públicas globales y estables, acompañadas de un financiamiento internacional efectivo.
La Amazonía como puntapié para disputar el mundo que tenemos hoy
Este territorio —así como todo el Sur Global— está profundamente marcado por la imposición de un modelo económico, productivo, cultural y social arraigado en el extractivismo. Como consecuencia, el mundo se configuró en un mapa profundamente desigual: el 1% más rico posee alrededor del 45% de la riqueza global (Oxfam, 2024). A su vez, esa fuerte concentración económica está (no casualmente) concentrada geográficamente: el 70% de esa riqueza global se encuentra en el Norte Global (Forbes, 2024). Mientras tanto el Sur es una de las regiones con más pobreza y endeudamiento con los entes financieros. Y esto tiene una razón: a lo largo de la historia y de distintas formas, el Sur Global fue colonizado, saqueado y controlado desde el extranjero. Primero, con el extractivismo colonial, luego, con los sistemas productivos basados en la exportación de materias primas y ahora, con el endeudamiento sistemático con organismos financieros internacionales.
La deuda: un mecanismo de sometimiento entrelazado con el extractivismo
En Argentina conocemos muy bien los ciclos de endeudamiento que, luego de la dictadura militar, siguieron con Mauricio Macri y ahora con Javier Milei. Como parte del programa económico de la derecha argentina, nuestro país se convirtió en el principal deudor del FMI. Debemos unos 65.000 millones de dólares entre capital e intereses. Casi cuatro veces más que lo que debe el segundo país más endeudado con el Fondo: Ucrania, que ya lleva 3 años en guerra. Este círculo vicioso ahora se corona con una intervención directa del Tesoro de los Estados Unidos en el mercado de cambios de Argentina y un swap de monedas por USD 20.000 millones. ¿Pero al menos toda esta deuda se utiliza para alguna obra pública, para generar trabajo, construir políticas de bienestar, de Buen Vivir? Cualquiera de nosotros tiene la respuesta: NO. La deuda de Milei es para sostener una economía artificialmente estabilizada.
Todo endeudamiento compulsivo tiene por detrás el sometimiento político. Quedamos atados a las directivas de los acreedores financieros, cada vez con menos margen para incidir en nuestras propias políticas económicas, sociales y ambientales.
Pero hay otra deuda de la que no se habla: la deuda ambiental. El Norte Global construyó su economía a costa del extractivismo sobre el Sur. Es también ese Norte el responsable de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, del uso excesivo de los recursos, de la generación de residuos. Mientras tanto, el Sur endeudado es a su vez, una de las áreas más afectadas por las consecuencias de la crisis ambiental y el reservorio de los bienes comunes naturales del mundo: las mayores reservas de agua dulce, de litio, gas no convencional, petróleo no convencional, cobre, plata, oro, el 40% de la biodiversidad mundial y la lista puede continuar. Siempre nos gusta recordar las palabras de Néstor Kirchner en la apertura de la COP que se realizó en 2004 en Buenos Aires: somos acreedores ambientales de nuestros acreedores financieros. Saldar esta situación es un imperativo, no sólo para garantizar condiciones de justicia, si no también para proteger los recursos estratégicos que garantizan la vida planetaria.
La COP como escenario para la construcción de fuerzas y narrativas
En síntesis: tenemos que vincular la justicia climática con una profunda reforma de la arquitectura financiera internacional. Hay que reconocer que la crisis ambiental y la crisis de deuda son dos caras de una misma moneda. Desde ahí, es momento de redefinir y repensar las reglas, estableciendo mecanismos de compensación por las consecuencias del extractivismo y estrategias que le permitan a nuestros países -guardianes de los bienes comunes naturales- construir mayor bienestar y fortalecer la soberanía.
Para esto tenemos algunas ideas, como los canjes de deuda por acción climática, la creación de fondos verdes regionales y la redefinición del riesgo soberano incorporando criterios ambientales y sociales. También es fundamental impulsar la creación de canales directos de financiamiento para los gobiernos locales y provinciales por parte de los organismos multilaterales y fondos climáticos, como una forma de garantizar -y acelerar- la aplicación y el sostenimiento de las políticas públicas.
Ahora, el paradigma no sirve de nada si no podemos colocar estas cuestiones en la agenda ambiental mundial y la COP en Belém es la oportunidad perfecta. Entendemos que esto solo será posible si lo hacemos de manera coordinada y multilateral. América Latina tiene una larga tradición de alianza: tenemos que revivir esas experiencias para levantar un Frente Ambiental Latinoamericano que alce la voz en los foros internacionales con una postura común, firme y enraizada en nuevas formas de entender, no solo lo ambiental sino también la organización social en su conjunto.
Mientras unimos fuerzas, el negacionismo climático sigue abriendo debates que parecían superados. Por eso, este Frente Ambiental Latinoamericano, como materialización efectiva, programática y regional del Ambientalismo popular, debe anclar en los territorios y las comunidades, sin depender de las coyunturas, y disputando espacios de poder. Es imprescindible que encaremos esta COP30 como bloque latinoamericano para exigirle al Norte Global no el acceso a créditos, ni mucho menos donaciones, sino compensaciones por siglos de extractivismo y de explotación de nuestros pueblos y comunidades. Nos estamos viendo en Belém.
*Daniela Vilar es politóloga argentina y actual Ministra de Ambiente de la Provincia de Buenos Aires.
Sobre EcoNews Opinión: Este espacio reúne voces diversas con una mirada crítica, plural y profunda sobre los grandes temas de la agenda socioambiental. Las opiniones expresadas en esta sección pertenecen exclusivamente a sus autores y no reflejan necesariamente la postura editorial de EcoNews. Promovemos el debate abierto y riguroso, en un contexto de respeto, honestidad intelectual y reconocimiento de las complejidades que atraviesan nuestro tiempo. Porque pensar el mundo que habitamos requiere pluralismo, reflexión y la valentía de abrazar las contradicciones.













