En un mundo marcado por fronteras y divisiones, los océanos siguen siendo un recordatorio poderoso de lo que nos une. Son el corazón azul del planeta, fuente de vida, reguladores del clima y sustento de millones de personas. Sin embargo, su fragilidad ante la explotación humana exige una respuesta colectiva y ética. Esta fue la premisa central del discurso del cardenal ghanés Peter Turkson, representante de la Santa Sede, durante la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, celebrada recientemente en Niza, Francia.
Con la autoridad moral de quien habla en nombre del Vaticano, Turkson hizo un llamado urgente: priorizar el diálogo y la escucha para trascender intereses locales y cortoplacistas. Su intervención no solo resonó como un diagnóstico de los males que aquejan a los mares —desde la contaminación plástica hasta la sobreexplotación pesquera—, sino también como un plan de acción basado en la cooperación multilateral y la ética ambiental, pilares de la encíclica Laudato Si’ del papa Francisco.
Los océanos como bien común: más allá de las fronteras
El cardenal Turkson, conocido por su liderazgo en temas de justicia social y ecología integral, saludó a la audiencia en nombre del Papa León IX y subrayó que la gobernanza oceánica debe ser entendida como un “bien común“. Este concepto, arraigado en la doctrina social de la Iglesia, implica que ningún Estado o grupo puede apropiarse exclusivamente de los recursos marinos, pues su salud afecta a toda la humanidad. “El océano no es una mercancía, sino un patrimonio que exige responsabilidad intergeneracional”, afirmó.
En un momento crítico, donde el 30% de las especies marinas están amenazadas y 8 millones de toneladas de plástico ingresan anualmente a los mares, Turkson recordó que la crisis oceánica es también una crisis de valores. Citando Laudato Si’, cuya celebración por su décimo aniversario coincide con esta conferencia, señaló: “Todo está conectado”. “Este documento, que miraba hacia el futuro, no solo denunciaba las actividades que tenían un efecto negativo, sino que recordaba los efectos de las políticas positivas para crear santuarios en los océanos”, apuntó.
Tres desafíos urgentes: santuarios, contaminación y alta mar
El representante vaticano identificó prioridades concretas para revertir el daño:
- Santuarios marinos protegidos: Turkson abogó por expandir áreas marinas preservadas, libres de actividades industriales destructivas.
- Basura marina y economía circular: Criticó la “cultura del descarte” y pidió innovación en la gestión de residuos, con políticas que obliguen a los productores de plásticos a asumir su impacto.
- Gestión de la alta mar: Menos del 1% de las aguas internacionales están reguladas. El cardenal respaldó el Tratado Global sobre los Océanos de la ONU para proteger la biodiversidad en zonas fuera de jurisdicciones nacionales.
Frente a la fragmentación de las negociaciones ambientales, Turkson insistió en un “multilateralismo eficaz”, donde científicos, gobiernos, empresas y comunidades locales trabajen en sinergia. Aquí, su mensaje tuvo un tono profético: “Si solo buscamos ganancias económicas, traicionamos nuestra dignidad como administradores de la creación”.
Este enfoque refleja la “ecología humana” propuesta por el papa Francisco: no hay justicia ambiental sin justicia social. Los pescadores artesanales, los pueblos indígenas costeros y las naciones insulares —las primeras víctimas de la acidificación oceánica— deben ser escuchados. “Necesitamos reforzar esa convicción de que somos una única familia”, concluyó.
*Fuente: efeverde.com