Cada 23 de julio se conmemora un hito en la conservación marina: la entrada en vigor, en 1986, de la moratoria internacional sobre la caza comercial de ballenas, establecida por la Comisión Ballenera Internacional (CBI). Esta medida, respaldada por la mayoría de los países, marcó un antes y después al suspender la captura masiva de cetáceos, evitando así la extinción de numerosas especies.
Un respiro para las ballenas
A lo largo del siglo XX, la caza industrial redujo poblaciones de ballenas a niveles críticos. La moratoria surgió como una respuesta global, impulsada por la ciencia, el activismo y la diplomacia, para frenar una explotación insostenible. Gracias a esta pausa, especies como la ballena jorobada o la franca austral han logrado recuperarse parcialmente.
“En los años siguientes a la moratoria se lograron avances significativos, gracias al aumento de la participación de países con políticas orientadas a la conservación y uso no letal de las ballenas, que permitieron establecer de un comité de conservación, santuarios, el reconocimiento del turismo de avistaje como alternativa de uso no letal y el desarrollo de programas para mitigar amenazas como las colisiones con embarcaciones o los enmallamientos”, explica Roxana Schteinbarg , cofundadora del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) en un artículo publicado en el sitio web de la organización.
Sin embargo, el acuerdo no ha sido universalmente respetado. Noruega e Islandia mantienen cuotas de caza bajo “objeciones” legales, mientras que Japón —que abandonó la CBI en 2019— continúa capturando ejemplares bajo el argumento de “investigación científica”, una práctica criticada por organizaciones ambientales.
“Actualmente, Japón continúa cazando por fuera del alcance de la CBI. Sin embargo, su influencia dentro de este foro no desapareció ya que continúa presente a través de una red de países aliados que responden sistemáticamente a sus intereses. Muchos de estos Estados votan en bloque repitiendo argumentos preestablecidos, debilitando los esfuerzos multilaterales por fortalecer la conservación de las ballenas. Discursos que se repiten año tras año, que distorsionan el espíritu de la CBI y avergüenzan a una diplomacia que parece estar siendo arponeada”, enfatiza Schteinbarg.
Más allá de la caza: nuevos desafíos
Aunque la moratoria protege a las ballenas de la explotación comercial, ahora enfrentan otras amenazas:
- Colisiones con barcos y enredos en redes de pesca.
- Contaminación por plásticos y químicos.
- El cambio climático, que altera sus rutas migratorias y fuentes de alimento.
Además, su rol ecológico es vital: las ballenas fertilizan los océanos y capturan CO₂, ayudando a regular el clima. Su presencia también impulsa economías locales a través del ecoturismo, como ocurre en Península Valdés (Argentina), donde el avistaje es una industria sostenible.
La región ha sido fundamental en la defensa de los cetáceos. Países como Uruguay crearon santuarios en sus aguas, y organizaciones como el Instituto de Conservación de Ballenas participan en la CBI, aportando datos científicos y promoviendo políticas protectoras.
“La CBI debe seguir su evolución hacia su mandato exclusivo en la conservación, capaz de garantizar la recuperación de especies y poblaciones debilitadas tras décadas de explotación comercial. También es clave que continúe siendo un espacio donde se puedan abordar temas de preocupación regional, porque las ballenas son recursos compartidos entre naciones, y su protección requiere cooperación internacional real y efectiva”, concluye la cofundadora de ICB.
Más allá de los desafíos y sin sabores, el mensaje sigue siendo claro: la moratoria fue un triunfo, pero el camino para asegurar la supervivencia de las ballenas aún requiere compromiso global. Su conservación no es solo un acto de justicia ecológica, sino una necesidad para el equilibrio de los océanos.
*Este artículo fue redactado tomando como fuentes: Comisión Ballenera Internacional (CBI), Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), reportes ambientales.