La Patagonia argentina volvió a ser escenario de un hallazgo que despierta entusiasmo entre científicos y conservacionistas. El primer censo aéreo de la temporada, realizado por el Centro para el Estudio de los Sistemas Marinos (CESIMAR-CONICET), contabilizó 2.110 ballenas francas australes, una cifra nunca antes vista desde que comenzaron los registros en 1999.
El relevamiento arrojó datos inéditos: 826 crías, 381 individuos solitarios y 77 grupos de cópula. Según los especialistas, la mayor concentración se observó en El Doradillo, Puerto Pirámides y el Golfo San José, además de la costa externa de Península Valdés y el Golfo San Matías.
Los números confirman un crecimiento notable de la especie. A modo de comparación, en el año 2000 se habían identificado apenas 150 crías y 500 ejemplares en total.
Un santuario natural de relevancia global
Los golfos patagónicos son considerados uno de los principales refugios de la ballena franca austral en el mundo. Allí, cada temporada, los animales llegan para reproducirse y criar a sus ballenatos en aguas tranquilas y protegidas.
Este ecosistema, además, es hogar de una diversidad única de fauna: elefantes y lobos marinos, pingüinos de Magallanes, orcas y aves marinas conviven en un entramado que hizo de Península Valdés un Patrimonio Natural de la Humanidad declarado por la UNESCO.
Una amenaza latente: petróleo en la puerta de casa
Pero la postal del récord de ballenas convive con una alerta creciente. El área de influencia de estos cetáceos podría verse alterada por el proyecto Vaca Muerta Oil Sur, impulsado por YPF. La iniciativa busca instalar una terminal hidrocarburífera en la zona, destinada a la exportación de petróleo no convencional.
Según advierten organizaciones ambientales, la obra representa un riesgo directo para el delicado equilibrio de los golfos patagónicos. Los peligros de derrames, el aumento del tráfico marítimo y la contaminación acústica son apenas algunos de los impactos que afectarían no solo a las ballenas, sino también a toda la fauna costera.
La preocupación se centra especialmente en las áreas protegidas de Península Valdés, el Golfo San José y el Golfo San Matías, sitios reconocidos internacionalmente por su biodiversidad.
El contraste no podría ser más evidente: mientras los censos celebran un éxito en la recuperación de la ballena franca austral —una especie que estuvo al borde de la extinción por la caza indiscriminada en siglos pasados—, la presión de la industria petrolera vuelve a poner en discusión qué modelo de desarrollo prioriza Argentina.
“Estos golfos son las zonas preferidas y donde más se aglutinan las ballenas. Alterar su hábitat puede echar por tierra décadas de esfuerzo científico y de conservación”, señalan desde el CESIMAR.
Una decisión que trasciende fronteras
El hallazgo y la amenaza se enmarcan en un contexto global donde la protección de la biodiversidad y la transición energética son temas urgentes. Los ecosistemas marinos, además de ser santuarios de vida, cumplen un rol vital en la captura de carbono y la regulación climática.
El debate en torno a Vaca Muerta Oil Sur, por lo tanto, no es solo local. Pone en juego la imagen de Argentina frente a la comunidad internacional y la responsabilidad de resguardar uno de los patrimonios naturales más emblemáticos del planeta.
Los expertos coinciden en que los censos aéreos no son solo estadísticas: son un recordatorio de lo que está en juego. En apenas 25 años, la población de ballenas pasó de unos cientos a más de dos mil ejemplares. Un triunfo que hoy se enfrenta a nuevas amenazas.
Mientras la Patagonia se llena de vida con los saltos y cantos de las ballenas, la pregunta resuena: ¿será posible compatibilizar este renacer con un modelo extractivo que pone en riesgo lo que se logró conservar?