¿Alguna vez pensaste en cómo se fabrica una simple servilleta de papel? Detrás de ese gesto cotidiano —tomar una, usarla y tirarla— se esconde una historia de agua, árboles y energía que rara vez entra en el radar de los consumidores. Y sin embargo, está ahí: en cada paquete que compramos, en cada comida fuera de casa, en cada servilleta descartada sin culpa.
Una sola servilleta requiere 10 litros de agua para producirse. Diez. Lo suficiente para llenar un balde grande. Multiplicalo por las miles de servilletas que se usan cada día en restaurantes, bares, oficinas y hogares, y el impacto ambiental empieza a tomar otra escala.
Del árbol a la mesa
El proceso comienza mucho antes de que la servilleta llegue a nuestra mesa. Para producir una tonelada de papel, se necesitan entre dos y tres toneladas de madera. En Argentina, el sector papelero está conformado por unas 800 empresas que fabrican cerca de dos millones de toneladas al año, según datos de la industria.
El procedimiento se llama pulpado, y es el corazón del negocio. Primero se talan los árboles, se les quita la corteza y se los corta en pedacitos pequeños, del tamaño de una moneda. Esos fragmentos se “cocinan” en grandes reactores industriales para extraer la pulpa de celulosa, el material base de todo papel.
Pero esa cocción no se hace con fuego: se hace con químicos y miles de litros de agua. La pulpa se lava, se blanquea y se mezcla con aditivos que le dan suavidad, color y resistencia. Todo ese proceso genera efluentes líquidos y emisiones que, si no se tratan adecuadamente, pueden contaminar ríos y suelos.
Un baño de agua y energía
¿Por qué se usa tanta agua? Porque el papel es, literalmente, una fibra flotando en agua. En la etapa de formación, esa mezcla acuosa pasa por una máquina gigante —la máquina de papel— que separa el agua del sólido, dejando una fina capa de fibras que se va secando poco a poco. Luego vienen los cilindros calientes que terminan de eliminar la humedad y dan forma a la hoja final.
El resultado: rollos gigantes de papel que se cortan, doblan y empaquetan como servilletas, pañuelos o toallas. Detrás de cada uno de esos productos hay un alto consumo de agua y energía, además del impacto de los químicos utilizados para blanquear y suavizar las fibras.
Un uso, un descarte
La parte menos visible del ciclo es la más problemática: las servilletas de papel son de un solo uso. Una vez que se ensucian, ya no pueden reciclarse. Su destino es el tacho de basura y, de allí, el relleno sanitario. En el mejor de los casos, se degradan lentamente. En el peor, terminan mezcladas con otros residuos orgánicos, emitiendo gases de efecto invernadero como el metano.
Cada persona usa en promedio unas dos mil servilletas al año, y ese número se dispara cuando comemos fuera de casa. Según estimaciones del sector gastronómico, cada comensal utiliza entre tres y cinco servilletas por comida. Un restaurante con 200 cubiertos diarios puede llegar a gastar más de 300.000 servilletas por año.
Y aunque parezca insignificante frente a otros residuos, la suma global es enorme. Solo en Buenos Aires, por ejemplo, se estima que se desechan millones de servilletas de papel cada semana.
Bosques que no vemos
En Argentina, la mayor parte del papel se fabrica a partir de pino y eucalipto, dos especies exóticas introducidas para abastecer la demanda industrial. Son árboles de crecimiento rápido, pero tienen un costo ambiental alto: desplazan bosques nativos, alteran los suelos y afectan la fauna local.
El avance de estas plantaciones forestales en zonas del noreste y del litoral ha transformado paisajes enteros y reducido la biodiversidad. Además, el modelo forestal suele requerir grandes extensiones de tierra y uso intensivo de agroquímicos.
Es cierto que algunas fábricas han incorporado tecnologías más limpias, reciclan parte del agua utilizada y tratan sus efluentes. Pero el problema de fondo sigue siendo el mismo: un sistema de producción pensado para abastecer un consumo masivo y descartable.
¿Qué se puede hacer frente a este panorama? La respuesta no pasa solo por las empresas, sino también por los hábitos. Reducir el uso innecesario de servilletas es un paso simple y poderoso. Llevar un pañuelo de tela, pedir “solo una” en los bares o elegir locales que ofrezcan alternativas reutilizables puede parecer poco, pero suma.
En casa, optar por servilletas de tela o papel reciclado ayuda a reducir la huella ambiental. Y aunque su fabricación también tiene impacto, el ciclo de vida se multiplica: una servilleta de tela puede lavarse cientos de veces antes de ser reemplazada.
Algunas marcas están comenzando a ofrecer productos de papel reciclado sin blanqueadores o con certificación FSC (Forest Stewardship Council), que garantiza que la madera proviene de bosques gestionados de forma responsable. Sin embargo, el desafío más grande sigue siendo repensar la cultura del descarte.
Un cambio que empieza con una pregunta
Quizás la próxima vez que tomes una servilleta, te preguntes: ¿realmente necesito otra? Esa simple pausa puede ser el inicio de un cambio más grande.
Detrás de una servilleta hay árboles talados, agua usada y energía consumida. Hay un sistema de producción que responde a la demanda de comodidad instantánea. Pero también hay una oportunidad: la de hacer visible lo invisible, y elegir de forma más consciente.
Porque si cada gesto tiene un impacto, cada decisión también puede ser una forma de cuidado.
			











