Por tercer año consecutivo, la cantidad de personas que padecen hambre en el mundo ha disminuido. Según el informe anual sobre seguridad alimentaria y nutrición publicado por cinco agencias de Naciones Unidas, en 2024 unas 673 millones de personas sufrieron hambre, lo que representa el 8,2% de la población mundial. Sin embargo, el documento subraya con fuerza que el progreso es desigual y está amenazado por múltiples crisis superpuestas: el cambio climático, los conflictos armados, la inflación y un sistema alimentario global aún profundamente vulnerable.
Avances dispares en un mundo fragmentado
La caída del hambre a nivel global marca una mejora respecto a los picos registrados durante la pandemia, cuando la desnutrición alcanzó cifras inéditas en 15 años. América Latina y el sur de Asia aparecen como las regiones con mayores progresos. Pero en África subsahariana y en zonas en conflicto como Yemen, Sudán o Haití, la situación sigue siendo alarmante. Allí, más del 60% de las personas desnutridas del mundo enfrentan una combinación letal de guerras, inflación, falta de acceso a alimentos y sistemas de salud colapsados.
En total, 2.300 millones de personas en el planeta padecieron algún grado de inseguridad alimentaria moderada o grave durante 2024. A una década de haber sido lanzados los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el informe reconoce que erradicar el hambre para 2030 es una meta “difícil de alcanzar” si no se adoptan cambios estructurales profundos.
Comer bien: un lujo para millones
Uno de los hallazgos más inquietantes del informe es que más de 2.600 millones de personas no pueden costear una dieta saludable, pese a los avances económicos tras la pandemia. El precio promedio de una dieta equilibrada subió de 3,30 a 4,46 dólares por día entre 2019 y 2024, afectando especialmente a las regiones más pobres del mundo.
Mientras que Asia mostró signos de recuperación, en África dos de cada tres personas no logran acceder a una alimentación adecuada. En los países de bajos ingresos, esta situación ha empeorado año tras año desde 2017, lo que evidencia un desequilibrio global en la distribución de la recuperación económica.
Inflación alimentaria: el precio oculto de las crisis
Desde 2019, los precios de los alimentos aumentaron mucho más que el promedio general de bienes y servicios. Las razones son múltiples: desde la disrupción global causada por la pandemia, hasta los efectos prolongados de la invasión rusa a Ucrania. A esto se suman fenómenos climáticos extremos que afectan cultivos, encarecen la energía y reducen los ingresos de millones de hogares.
El informe señala que un aumento del 10% en los precios de los alimentos se traduce en un incremento del 3,5% en la inseguridad alimentaria severa. Las mujeres, las infancias y las poblaciones desplazadas son las más vulnerables a estos vaivenes económicos.
La producción agrícola moderna depende en gran medida del gas y el petróleo, ya sea para fabricar fertilizantes como para transportar alimentos. Las tensiones geopolíticas, particularmente la guerra en Ucrania, encarecieron aún más estos insumos clave, empujando al alza los precios de productos básicos en todo el mundo.
Según el informe, casi la mitad de la inflación alimentaria en Estados Unidos y más de un tercio en Europa se explican por el aumento de los costos energéticos y agrícolas. Esta dependencia expone la fragilidad del sistema y la necesidad de diversificar fuentes de energía y fortalecer la resiliencia local.
Fertilizantes: otro frente de presión global
El precio de los fertilizantes fosfatados continúa en niveles elevados, empujado por sanciones, restricciones comerciales y concentración del mercado. Rusia, Bielorrusia, China y Marruecos dominan la producción global de estos insumos, y cualquier alteración geopolítica o comercial puede desencadenar escasez y aumentos de precio en cadena.
El informe subraya que la falta de acceso a fertilizantes asequibles está afectando directamente a los pequeños productores agrícolas, quienes además reciben menos del 1% de los fondos internacionales para el clima. Una contradicción que amenaza no solo la seguridad alimentaria, sino también las metas de adaptación al cambio climático.
El balance general que ofrece el informe SOFI es claro: aunque hay razones para celebrar ciertos avances, el mundo aún no ha resuelto su mayor paradoja. Mientras millones no logran alimentarse adecuadamente, las causas estructurales del hambre —conflictos, desigualdad, inflación, crisis climática y mercados concentrados— siguen sin abordarse con la urgencia y la profundidad necesarias.