El 20 de septiembre de 2017, Puerto Rico vivió uno de los capítulos más oscuros de su historia. El huracán María, de categoría 5, arrasó la isla con vientos devastadores y lluvias torrenciales. En cuestión de horas, hogares quedaron destruidos, carreteras desaparecieron bajo el agua y comunidades enteras quedaron aisladas. Pero la verdadera tragedia comenzó cuando, tras el paso del huracán, la red eléctrica colapsó por completo, dejando a millones de personas en la oscuridad por meses y en algunas comunidades remotas, hasta un año.
No fue solo la falta de luz en las calles o la imposibilidad de cargar un teléfono celular. Fue la pérdida de vidas que dependían de refrigeradores para almacenar insulina, y de equipos médicos que nunca debieron haberse apagado. Fue el alimento que se pudrió antes de llegar a la mesa, las escuelas que quedaron en silencio, los hospitales operando con generadores al borde del colapso. Fue la incertidumbre total de no saber cuándo volvería la electricidad, cuándo se podría trabajar, estudiar, refrigerar comida o simplemente dormir sin el miedo de otra noche en la oscuridad.
Las cifras oficiales hablan de casi 3.000 muertos, pero todos en Puerto Rico sabemos que fueron muchos más. María no solo destruyó casas; expuso brutalmente la fragilidad de un sistema energético centralizado, caro, dependiente de combustibles fósiles y totalmente incapaz de resistir un evento climático extremo. María nos dejó dos realidades incontestables: el cambio climático no es una amenaza lejana y la energía es una cuestión de vida o muerte.
El apagón no fue solo un problema técnico. Fue una catástrofe humanitaria que evidenció que el modelo energético basado en combustibles fósiles y grandes plantas centralizadas es incompatible con la vida en un territorio cada vez más expuesto a huracanes, inundaciones y olas de calor.
Energía fósil no es resiliencia
Ocho años después, todavía escuchamos las mismas promesas de reconstrucción mientras proyectos de gas natural y otras fuentes fósiles se siguen presentando como la “solución” para garantizar la estabilidad del sistema eléctrico. Pero Puerto Rico sabe – y lo sabe con la memoria de miles de muertos – que los combustibles fósiles no son resiliencia. No son seguridad. Y mucho menos son justicia.
Depender de petróleo, gas o carbón significa depender de barcos que traen combustible desde miles de kilómetros, de precios internacionales que suben y bajan según intereses geopolíticos, de infraestructuras vulnerables que colapsan cuando más se necesitan. Significa mantener a las comunidades a merced de un sistema centralizado y privatizado que, cuando falla, lo hace para todos a la vez, sabiendo que ni todos tienen la misma capacidad de respuesta ante la injusticia climática.
El cambio climático está intensificando huracanes, olas de calor y tormentas cada vez más violentas. Apostar por fósiles en este contexto es condenar a Puerto Rico (y a toda la región caribeña) a repetir la misma historia de apagones y emergencias una y otra vez.
La alternativa: energía limpia, justa y comunitaria
Frente a ese modelo frágil y peligroso, las comunidades están demostrando que otro camino es posible: la energía solar descentralizada, con sistemas comunitarios capaces de operar incluso cuando todo lo demás falla.
El ejemplo más claro es Casa Pueblo, en Adjuntas. Antes de María ya habían instalado paneles solares en su sede, y cuando el huracán dejó al municipio entero sin electricidad, Casa Pueblo se convirtió en un oasis de luz en medio de la oscuridad.
Desde entonces, Casa Pueblo y otras iniciativas similares en el caribe y latinoamérica han demostrado que la soberanía energética no es un sueño, sino una necesidad urgente. Con microrredes solares comunitarias, baterías para almacenamiento y gestión local, las comunidades pueden mantener servicios esenciales incluso en medio de tormentas y apagones. Y lo más importante: pueden hacerlo sin seguir alimentando la crisis climática con más combustibles fósiles.
Del dolor a la acción: ¡No pasarán!
Por eso, este 20 de septiembre, en el aniversario número ocho de María, la comunidad volverá a levantar la voz en la movilización “Acción por el Clima: ¡No pasarán!”, en Casa Pueblo, Adjuntas.
La jornada incluirá una manifestación para exigir al gobierno de Puerto Rico compromisos concretos con la energía limpia; un laboratorio narrativo para amplificar las voces de las comunidades afectadas; y un recorrido por el modelo solar de Casa Pueblo, que ya inspira a pueblos de todo el Caribe – de Jamaica a Trinidad & Tobago, de Haití a Puerto Rico – a reclamar soberanía energética y justicia climática.
Este esfuerzo es parte de una ola global de movilizaciones – Draw The Line – que conecta luchas locales con una visión regional y global: dejar de depender de combustibles fósiles y apostar por soluciones para los más diversos problemas que vivimos con caminos basados en justicia y liderados por la gente.
Un llamado urgente
El mensaje de Puerto Rico al mundo es claro: la energía limpia, justa y comunitaria no es un lujo, es una cuestión de vida o muerte. La experiencia de María nos recuerda que no se trata solo de reducir emisiones o de cumplir metas climáticas internacionales. Se trata de que, cuando llegue el próximo huracán – porque llegará –, nuestras comunidades no vuelvan a quedar a oscuras, sin medicinas, sin comunicación, sin opciones.
Este 20 de septiembre, ocho años después de María, diremos juntos: ¡No pasarán! Ni las tormentas, ni la negligencia, ni los proyectos fósiles que nos condenan al mismo desastre una y otra vez. La luz del sol ya está aquí. Lo que falta es voluntad política y social para dejarla brillar en cada hogar, en cada escuela, en cada hospital, en cada comunidad.
Porque la energía es vida. Y la vida no puede depender de un sistema que se apaga cuando más la necesitamos.
*Este artículo fue escrito por Amira Odeh Quiñones, organizadora de campañas en el Caribe para 350.org.
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