Durante las negociaciones internacionales celebradas en Ottawa para avanzar hacia un tratado global contra la contaminación por plásticos, la comunidad científica vivió un inquietante episodio que pone en evidencia el poder y la presión de la industria petroquímica en los espacios multilaterales. La ecotoxicóloga sueca Bethanie Carney Almroth, reconocida experta en contaminación ambiental, denunció haber sido acosada e intimidada por representantes del sector privado durante un evento oficial auspiciado por las Naciones Unidas.
Según relató, empleados de una importante empresa química estadounidense llegaron incluso a rodearla en actitud intimidatoria mientras intentaba exponer su trabajo. En otra sesión, un representante del sector de envases de plástico irrumpió gritando, acusándola de sembrar miedo con datos falsos. A pesar de que la ONU tomó nota y el individuo fue obligado a disculparse, volvió a estar presente en sesiones posteriores.
Pero este no fue un hecho aislado. Carney Almroth asegura haber recibido presiones similares en conferencias científicas, reuniones paralelas e incluso por correo electrónico. Frente a una estrategia de vigilancia constante, ha debido tomar precauciones como utilizar protectores de pantalla para evitar que actores vinculados a la industria espíen sus anotaciones durante las sesiones.
Este episodio expone lo que distintas fuentes califican como una “infiltración total” de los lobbies del plástico en las negociaciones internacionales. Representantes de organizaciones científicas, diplomáticas y ambientales han manifestado su preocupación por la creciente influencia de la industria no solo en los debates entre Estados, sino también dentro del propio Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), encargado de supervisar el proceso.
El objetivo del tratado es reducir la producción y dispersión de plásticos contaminantes, responsables no solo de dañar ecosistemas y biodiversidad, sino también de agravar la crisis climática. Sin embargo, la presencia masiva de representantes de la industria —que superan en número a las delegaciones oficiales— está frenando avances sustanciales. El llamado “bloque petroquímico”, liderado por Arabia Saudita y respaldado por intereses corporativos, ha logrado bloquear consensos clave.
Un reciente estudio advierte que esta alianza de Estados e industrias está promoviendo políticas que profundizan la producción de plásticos, externalizan sus impactos y distorsionan deliberadamente el conocimiento científico. La táctica, aseguran fuentes cercanas a las negociaciones, busca sembrar dudas, desacreditar voces críticas y frenar cualquier medida regulatoria de fondo.
Las conversaciones, que fracasaron en alcanzar un acuerdo en su última ronda, se reanudarán en agosto en Ginebra. Para muchos, será una prueba de fuego sobre el poder de la diplomacia ambiental frente a la influencia corporativa. Y sobre todo, una oportunidad para decidir si el planeta seguirá bajo el dominio de quienes generan la crisis, o si se abrirá paso una verdadera transición hacia un futuro sin plástico tóxico.