Cuando habíamos empezado a asimilar el concepto de incendios de sexta generación, unos megaincendios inextinguibles en la práctica, nos enfrentamos ahora a un nuevo concepto que parece aplicarse bien a los incendios devastadores de enero de 2025 en California.
Cuando la señal del cambio climático en estos incendios es inequívoca, al ser responsable de unas condiciones alrededor de 5⁰ C más cálidas, un 15 % más secas y un 20 % más ventosas de la habitual, se habla de que estos incendios resultan de unos “latigazos hidroclimáticos”.
¿Qué son estos latigazos?
El sustantivo resume bien el carácter súbito, fulgurante y brutal de los nuevos eventos climáticos extremos. Por su parte, el adjetivo hidroclimático pone énfasis en el importante papel del agua en el nuevo clima.
La magnitud de los incendios de California se debió a los vientos del diablo o de santa Ana, especialmente virulentos, y a una vegetación y unos suelos extraordinariamente secos tras un largo verano y un otoño sin lluvias.
La dana –sufrida sobre todo en Valencia el 29 de octubre de 2024– estuvo asociada al cambio climático, lo que la hizo mucho más probable e intensa. Esta dana también entraría dentro del concepto de latigazo hidroclimático, en este caso por unas lluvias torrenciales de auténtico récord.
Las consecuencias de la atmósfera cálida
Ambas situaciones, las de sequías extremas y las de lluvias torrenciales, son en realidad dos caras de una misma moneda. La moneda se llama atmósfera cálida.
Esa atmósfera cálida roba agua líquida de los ecosistemas y la almacena en forma de vapor en la propia atmósfera. Cabe recordar que, por cada grado centígrado de calentamiento, la capacidad de la atmósfera para retener la humedad aumenta un 7 %.
Cuando se dan las condiciones para una precipitación, las cantidades de agua en juego en una atmósfera recalentada son muy superiores a lo habitual. Mientras llegan esas lluvias, los ecosistemas y los paisajes, sean humanizados o no, sufren una gran sequía.
La volatilidad hidroclimática se refiere, precisamente, a transiciones repentinas, grandes y frecuentes entre condiciones muy secas y muy húmedas. Algo que irá siendo cada vez más común en las regiones de clima mediterráneo.
California como modelo climático
California es todo un modelo de latigazos hidroclimáticos. Los inviernos de 2022-23 y 2023-24 llevaron a California precipitaciones sin precedentes, alimentadas por decenas de ríos atmosféricos.
Los pueblos de montaña quedaron sepultados bajo la nieve, los valles se inundaron con la lluvia y el deshielo, y se produjeron corrimientos de tierra en todo el estado.
A estos diluvios les siguió un calor estival récord y un comienzo de la temporada de lluvias de 2025 marcado por la sequía. La vegetación seca resultante proporcionó abundante combustible para la serie de incendios forestales que vendrían a comienzos del 2025.
Es precisamente esta sucesión de latigazos lo que ha aumentado el riesgo de incendios por partida doble en California. Primero aumenta desproporcionadamente el crecimiento de la vegetación en los meses previos a la temporada de incendios, para después secarse rápidamente también hasta niveles de auténtico récord. Pero la situación es global.
Los datos avisan del aumento de latigazos asociados al cambio climático
Un reciente estudio emplea una métrica para este latigazo hidroclimático basada en el índice de evapotranspiración estandarizada de las precipitaciones.
Este estudio ha encontrado en el promedio mundial del latigazo de ciclo corto o subestacional (3 meses) un aumento de entre un 31 y un 66 %, y en el latigazo de ciclo largo o interanual (12 meses), un aumento de entre un 8 y un 31 %. Todo ello tomando como referencia los valores de mediados del siglo XX.
Todos los modelos estiman nuevos aumentos en estos latigazos con el calentamiento actualmente en curso.
Aquellas regiones terrestres que se lleguen a calentar 3º C o más respecto a la era preindustrial (recordemos que ya andamos en el entorno del 1,5º C de calentamiento promedio) experimentarán aumentos de los latigazos subestacionales del 113 % y de los latigazos interanuales del 52 %.
Estos cambios son mayores en latitudes altas y aumentan desde el norte de África hacia el este y sur de Asia. Son muchas las pruebas que relacionan estos aumentos con la termodinámica atmosférica, es decir, con el aumento de la capacidad de retención de vapor de agua y la demanda potencial de evaporación de una atmósfera cada vez más caliente.
El necesario cambio en la gestión del agua
El aumento de la volatilidad hidroclimática irá amplificando los peligros asociados a las rápidas oscilaciones entre estados húmedos y secos. Peligros entre los que destacan inundaciones repentinas, incendios forestales, corrimientos de tierras y brotes de enfermedades.
Estos riesgos crecientes requieren de un cambio en la gestión del agua, combinando la prevención y manejo de riesgos asociados tanto a la sequía como a la inundación.
El agua excedente en los episodios de lluvia torrencial no puede descartarse. Aunque los sistemas naturales no sean capaces de retenerla, hay que idear maneras de ingresarla en el subsuelo o de almacenarla para que quede disponible para la sequía que no tardará en imponerse.
En el medio y largo plazo resulta evidente la urgencia de reducir el calentamiento global y poder atenuar así el impacto de estos temibles latigazos hidroclimáticos.
Fernando Valladares, Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original