En un rincón de las Sierras Chicas, en Villa Allende, a 15 kilómetros de la ciudad capital de la provincia de Córdoba, Argentina, se escribió una historia que duele, pero también ilumina. Un quebracho blanco de más de 300 años —testigo silencioso del paso del tiempo, del canto de las aves y de las estaciones— fue arrancado de su lugar, no por necesidad real, sino por obstinación.
La traza del proyecto de ensanchamiento de la avenida Padre Lucchese pudo haber sido desviada apenas tres metros. Ese pequeño gesto habría permitido conservar un árbol autóctono, de valor ecológico, cultural e histórico incalculable. Pero se eligió avanzar con maquinaria pesada, con indiferencia oficial y con la frialdad de quienes piensan que el progreso solo se mide en cemento y asfalto.
Durante más de un mes, un grupo diverso de personas acampó junto al quebracho. Se turnaron día y noche, en el crudo invierno cordobés, sin agua ni luz, a veces bajo la lluvia, como quien cuida a un ser amado. Vecinos y vecinas de Villa Allende, de otras localidades serranas e incluso de ciudades más lejanas como Rosario, se unieron en torno a un símbolo común: el cuidado de la vida.
Levantaron carpas, banderas argentinas, carteles, se organizaron sin jerarquías, en paz. Cantaron, compartieron comidas, defendieron el árbol con el cuerpo, el alma y la vida. Cada noche era un acto de resistencia, cada amanecer, una nueva esperanza.

Pero el domingo 13 de julio, esa esperanza se desvaneció por completo. La empresa Caminos de las Sierras, con aval del gobierno provincial y municipal, llevó a cabo lo que muchos ya temían: el árbol fue extraído. Con su raíz pivotante cortada —de más de cinco metros de profundidad— fue trasladado 25 metros. Pero todos sabemos que ese acto fue una sentencia. El quebracho difícilmente sobrevivirá. Sus raíces estaban hechas para hundirse en la tierra del clima semiárido serrano, no para ser mutiladas. A su alrededor quedó tristeza y un pozo que más parece una tumba.
La indignación no se limita al árbol sino a todo lo que representa. Este quebracho blanco es símbolo de un bosque nativo que ha sido arrasado durante décadas. Córdoba perdió ya más del 90% de sus montes. Quedan relictos, pequeños refugios como éste. Y cada ejemplar que resiste es memoria viva.
Lo que ocurrió en Villa Allende es una muestra dolorosa de cómo el Estado puede volverse ciego y sordo ante el clamor ciudadano. Desde el año pasado, el Consejo de Ambiente de la ciudad venía dialogando con el municipio.
Reconocidos especialistas como el Dr. Raúl Montenegro y el abogado Juan Smith presentaron informes, alternativas técnicas, amparos judiciales que no fueron escuchados. Ninguna normativa desde la Constitución Nacional (art. 41), ni las leyes nacionales (25.675 y 26.331), ni las leyes provinciales de ambiente (10.208 y 10.830), tampoco la ordenanza municipal 30/13 fueron acogidas en este atropello ambiental.
¿Por qué fue posible?
En parte, por una ley escandalosa: la 10.830 de la provincia de Córdoba, que exime a las obras públicas de realizar estudios de impacto ambiental y audiencias públicas. Esta ley —cuya constitucionalidad está siendo cuestionada en la Justicia— abrió la puerta para que se admita acciones descontroladas y sin evaluación de daños. Pero no todo fue complicidad. Las principales empresas de grúas de Córdoba se negaron a participar de la extracción. Emitieron un comunicado ejemplar, donde afirmaron que el verdadero progreso se construye con responsabilidad ambiental. Su negativa fue un gesto de ética empresarial poco frecuente. Finalmente, una grúa proveniente de Tucumán —de la empresa Servigrúas S.A., vinculada a la megaminería— fue la que ejecutó el trabajo. Una ironía amarga: desde el “Jardín de la República” vino la maquinaria que arrancó un emblema del monte.
El día anterior al traslado, la policía actuó con violencia. Sin orden judicial escrita, desalojó por la fuerza a quienes cuidaban el árbol. Los arrastraron por el suelo, los empujaron con escudos. Fue un acto de deshumanización que nos recordó otras épocas, otros dolores.
Y sin embargo, en medio del duelo, algo nació. Porque el quebracho nos unió. Nos enseñó que la dignidad puede florecer en medio de tanto atropello, que aún en un país agobiado por la crisis, hay personas dispuestas a velar por lo esencial.
Personalidades de la cultura como León Gieco, María Teresa Andruetto, Ricardo Mollo y Doña Jovita prestaron su voz a esta causa. Profesionales de distintas disciplinas se sumaron. Medios de todo el país y hasta de agencias internacionales registraron la historia. Una niña, con voz serena, dijo lo que todos sentíamos: “El quebracho no se toca”.

Murray Bookchin, uno de los grandes pensadores del ambientalismo social, advirtió que la raíz de la crisis ecológica está en la forma en que nos relacionamos entre humanos. La dominación de unos sobre otros alimenta la dominación sobre la naturaleza. El Papa Francisco, en Laudato Si’, nos invitó a escuchar el clamor de la Tierra y de los pobres como un único grito. Y en Fratelli Tutti, nos recordó que la indiferencia globalizada y el encierro individual no son caminos de salvación.
En este mundo que corre sin un rumbo común, Francisco entendió que el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y que “no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social”. Mucho trabajo tenemos hacia adentro y no podemos ceder a la desesperanza ni al desconsuelo. Es demasiado grande, valioso y bello lo que está en juego. Y mucho también tenemos para meditar en estas oscurecidas fecha patrias que acaban de pasar, que en nuestras queridas sierras cordobesas se corona con la sentencia a muerte de un patrimonio natural, cultural y espiritual como el quebracho blanco.
No se trata sólo de árboles. Se trata del modelo que elegimos. Se trata de si queremos una Córdoba de autopistas vacías de vida o una provincia donde el progreso incluya a la naturaleza y a las comunidades.
Hoy el quebracho blanco yace herido. Tal vez muera sabiendo que algo creció a su sombra: una conciencia nueva, más fuerte, más colectiva. Probablemente algún día, en su lugar, podamos plantar no sólo árboles, sino políticas distintas, economías más justas, vínculos más humanos.
Porque lo que está en juego no es solo un ejemplar vegetal. Es nuestra capacidad de cuidar, de amar, de convivir. Y eso, como el quebracho, no se toca.
✍🏻Este artículo fue escrito por: Luis Eduardo Martínez, Maria S. Goicochea, Nancy Alejandra Oriz, Maria Julieta Eula – Animadores/as Laudato Si’ del MLS Capítulo Argentina. Para conocer cómo ser un animador Laudato Sí, buscas mayor información aquí.