“El hambre en el mundo sigue siendo catastróficamente alto, mientras que los principales factores que lo provocan (conflictos, cambio climático y crisis económicas) se producen con mayor frecuencia e intensidad. En 2023, el cambio climático fue el principal factor de inseguridad alimentaria y malnutrición“.
La conclusión es del nuevo informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Con este escenario, y siendo el tercer año consecutivo en que se dispara el hambre, el cumplimiento de los siete objetivos mundiales de nutrición para 2030 (entre ellos el ODS 2: hambre cero) se aleja en casi todo el planeta.
“Estas cifras son una importante llamada de atención. El hambre en el mundo sigue siendo catastrófico: 733 millones de personas se acuestan con hambre cada día, un 36% más que hace una década. Y 2.800 millones de personas no pueden permitirse una dieta sana, lo que significa que para una de cada tres, los salarios son demasiado bajos o la protección social demasiado débil para tener una nutrición adecuada”, reflexionó Olivier De Schutter, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos y copresidente del Grupo Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food).
Tal como señala el documento presentado por la FAO, el número de personas que padecen hambre ha aumentado en África, permanece estático en Asia y ha disminuido en América Latina, la única región que también ha experimentado una notable reducción de la inseguridad alimentaria.
“El aumento del hambre no es inevitable. América Latina ha reducido el hambre por segundo año consecutivo, demostrando que con las políticas adecuadas, los gobiernos pueden mejorar el acceso a los alimentos y construir sistemas alimentarios resilientes al clima”, expresó Elisabetta Recine, Presidenta del Consejo Nacional Brasileño de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA) y miembro del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles.
Según profundizó la experta, en Brasil, 13 millones de personas salieron del hambre el año pasado a través de programas dirigidos sistemáticamente a los hogares pobres, proporcionando alimentos escolares saludables procedentes de pequeños agricultores, apoyando la agricultura familiar y aplicando políticas alimentarias para las comunidades urbanas más pobres.
Para el informe de la FAO, resulta urgente transformar los sistemas agroalimentarios para reforzar la resiliencia y hacer frente a las desigualdades con el fin de garantizar que las dietas saludables sean asequibles y estén disponibles para todos.
“El sistema alimentario industrial mundial es desastrosamente vulnerable a las crecientes crisis climáticas, económicas y de conflictos, y el cambio climático golpea cada vez más a los agricultores. Construir sistemas alimentarios resistentes al clima es ahora una cuestión de vida o muerte. Como lo es establecer niveles mínimos de protección social y garantizar que los trabajadores cobren salarios dignos”, enfatizó De Schutter.
“El hambre es un problema que podemos resolver. Millones de pequeños productores de todo el mundo están preparados y dispuestos a construir un sistema alimentario más resistente, sostenible y equitativo que pueda alimentar al mundo en un clima cambiante”, agregó Alberto Broch, Presidente de la Confederación de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur Ampliado (COPROFAM).
Para ello, el experto en producción familiar, añadió que “donantes y gobiernos deben colaborar con los agricultores familiares y otras organizaciones de base para garantizar que las políticas y la financiación responden a sus necesidades”.
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Estos cambios de paradigmas, reconoció la FAO, implican más financiación, es decir, movilizar más fondos y garantizar que se invierten mejor, poniendo a los actores nacionales y locales en el asiento del conductor, garantizando que la financiación sea más accesible a grupos clave como los pequeños productores, y destinando más fondos a abordar los principales factores de la inseguridad alimentaria y la malnutrición.
“Se necesitarán miles de millones de dólares para apoyar políticas transformadoras, pero el coste de la inacción será mucho mayor. Reutilizar la financiación existente para la alimentación y la agricultura podría suponer una diferencia significativa”, concluyó el informe.
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