*(Los nombres de los menores han sido cambiados para preservar su anonimato).
Si de algo me doy cuenta en estos días es que los valencianos necesitamos contar lo que nos ha pasado, lo que hemos vivido, lo que nuestras familias y amistades nos han explicado cuando hemos podido contactar con ellas. No es una película de terror. Aunque parezca ficción, no lo es. Se trata de una catástrofe natural de una magnitud sin precedentes, algo que ninguno de nosotros había experimentado antes.
Nuestro Círculo Laudato Si’ está vinculado a la Cáritas Parroquial de Ribarroja, por eso lo hemos llamado Cáritas Natura. Uno de los grandes apoyos del Círculo son los menores que participan en el Proyecto Familia e Infancia (IFAM). Estos niños, niñas y adolescentes, que durante el curso asisten a clases de repaso escolar en la Cáritas de la parroquia, colaboraron el año pasado plantando y cuidando árboles en una zona que el Círculo LS apadrinó en el Parque Natural del Turia.
Hoy volvíamos a vernos en clase de repaso después de dos semanas, después de una DANA que ha devastado nuestro territorio. Y aunque las casas de nuestro pueblo no se han visto prácticamente afectadas, sí lo ha hecho la zona industrial, las infraestructuras de acceso al municipio y las localidades vecinas.
Los colegios e institutos han permanecido cerrados estos días, ante la amenaza de más lluvias. Las historias de la gente, ya sea más o menos conocida, se han sucedido vertiginosamente. Y, sí, hoy necesitábamos contar. Los niños también necesitan contar lo vivido, cada quien a su manera. Lo hacen de muchas formas.
Ramah me ha dado un abrazo tan intenso y prolongado que parecía infinito; ha sido el abrazo más fuerte desde que la conozco. Luego, ha dicho que casi no se ha enterado de nada porque sus padres no le han dejado ver las noticias, pero que ha sentido miedo. Fátima no ha dejado de hablar, ha relatado todas las historias que ha oído; muchas son reales y otras no lo parecen, pero todas resuenan en su cabeza con la misma fuerza.
Héctor apenas murmura algo y apostilla lo que otros dicen, mientras se esconde detrás de un libro. Nassim no quiere hablar, prefiere quedarse en silencio de momento. A Maya, una de las más pequeñas, la DANA no le ha borrado su enorme sonrisa de la cara y relata las emociones que ha sentido con su particular imaginación.
Omar, mucho más mayor, tiene dudas: ¿si pierdes la casa y tienes seguro, te pagan dinero?, ¿y si no tienes seguro, te quedas sin casa? Además, con los más grandes, habla también de cuestiones relacionadas con la política, y expresa perplejidad y hasta cierta indignación por lo acontecido. Inés cuenta que su madre ha llorado mucho al ver lo que pasaba y que ella y sus hermanos han sentido miedo.
Mariam habla con tristeza de su vecino, que ha muerto, y explica que tenía un hijo pequeño. Todos le conocían. Hablan de sus profesores que han perdido coches y casas. Hablan de sus familiares que viven en otros pueblos y que, “por suerte”, solo han perdido sus coches. También cuentan, entre ilusionados e inquietos, que hoy han visto a un helicóptero militar sobre el colegio; comentan el fuerte ruido que hacía y preguntan, con algo de confusión, por qué sobrevuela sus escuelas.
Suele decirse que las personas migrantes hacen siete duelos tras su viaje. Todos estos menores son migrantes o hijos de migrantes, pero también son todos valencianos. Esta situación de inestabilidad vuelve a sacudirles sus certezas, tal vez de una manera especialmente brusca. Estos niños, niñas y adolescentes habían aprendido que “la terreta”, como cariñosamente llamamos a nuestra tierra los valencianos, era un lugar seguro y, la mayoría de las veces, acogedor, donde sus familias habían encontrado buenas razones para establecerse. Por eso, ahora tienen que elaborar con palabras, dibujos, preguntas y abrazos, lo que les ha impactado durante estos días, aquello que ha desmoronado su idea de seguridad.
Pero lo que compartían los niños y niñas no era solo miedo, tristeza e incertidumbre, sino también un sentimiento de admiración y agradecimiento. Especialmente por todas las personas que, de alguna forma, se habían puesto al servicio de los demás, de aquellos que sin pensarlo habían dado lo mejor de sí mismos en estos días difíciles. Los pequeños hablaban de la solidaridad de los demás, de cómo había habido mucha gente ayudando de diferentes maneras: rescatando a personas, llevando comida y ropa, apoyando a las familias que más lo necesitaban. Esa ayuda incondicional, ese dar lo mejor de cada uno, era un tema que resonaba en todos nosotros, pequeños y grandes.
Unas semanas antes, voluntarias del Círculo Laudato Si’ y del Proyecto Familia e Infancia de nuestra Cáritas Parroquial, hablábamos sobre la posibilidad de realizar una actividad lúdica de concienciación medioambiental con los menores del proyecto. Sin duda, tras el impacto de la DANA, estos niños y niñas aportarán mucha sabiduría a esta actividad; contribuirán con emociones y vivencias que harán más honda nuestra comprensión de esta compleja red de conexiones que causa la crisis climática.
La situación crítica generada, entre otras cosas, por esta DANA evidencia la intrincada red de relaciones que existe entre factores científicos, políticos, económicos, sociales y medioambientales. La crisis actual muestra que todos estos elementos están interconectados, y para abordar los desafíos de forma eficaz, es necesario adoptar un enfoque integral que considere estas interacciones complejas.
El Papa Francisco recuerda en la Laudato Si’ que “cuando se habla de ´medio ambiente´, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados […] Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS, 139).
Así es, somos parte de la naturaleza y los problemas que estamos viviendo conforman una red compleja que se interrelaciona. De hecho, hoy, la misma tarde que nos reencontrábamos en la clase de repaso escolar, el voluntariado conocía que la planta de reciclaje textil de Cáritas Diocesana de Valencia, ubicada en un polígono industrial de nuestro municipio, está dañada. Cerca del 90% del tejido empresarial del polígono ha sido gravemente impactado por el desbordamiento del barranco de Poyo. Esta rambla es la que ha causado inmensos daños en muchos de los pueblos más afectados: Paiporta, Picanya, Chiva, Torrente, etc.
La planta de reciclaje textil de Cáritas favorece el empleo social a personas en situación de vulnerabilidad económica, y permite reducir significativamente las emisiones de dióxido de carbono generadas por la industria textil. Pero solo es una más de las 1.400 empresas que conforman este polígono industrial, que da trabajo a más de 20.000 personas. Por eso, a mediano plazo es previsible que la situación sobrevenida provocará cierres de empresas, expedientes de regulación temporal de empleo (ERTEs), e inestabilidad en la economía de las familias de nuestra zona. Algunas de las que, posiblemente, tendrán que acudir a nuestra Cáritas Parroquial para solicitar algún tipo de ayuda temporal. Todo está conectado. En este polígono es donde ya llevan contabilizadas 8 personas muertas, y dónde hace una semana murió el vecino de Mariam, la niña de nuestro proyecto de Familia e Infancia. Un millar de trabajadores fueron evacuados a edificios públicos de nuestro municipio tras pasar la noche del 29 de octubre en el polígono. Una vez rescatados relatan que han sentido miedo, desorientación e incertidumbre, pero también felicidad y agradecimiento.
Cada palabra, cada relato, cada historia de niños y adultos revela una necesidad común: contar lo vivido, procesarlo, buscar en los demás la validación de lo que sentimos. Niños y mayores nos encontramos en este acto de contar y escucharnos, porque el miedo, la pérdida, la solidaridad y la incertidumbre no entienden de edades. Nos une la necesidad de saber que otros comprenden lo que hemos vivido, que no estamos solos al sentir lo que sentimos, que nuestras emociones, por intensas o confusas que sean, tienen un lugar donde ser escuchadas. Este hablar nos alivia, y nos devuelve la fuerza para enfrentar lo que nos ha arrebatado esta catástrofe.
En la calle, en el trabajo, en Cáritas o al teléfono he escuchado estos días relatos de mucha gente conocida. En cada conversación surgen nuevas historias, cada uno con su propia carga emocional. Desde la pérdida de un familiar, hasta quienes se han quedado incomunicados o han pasado horas buscando a sus seres queridos sin poder obtener respuesta. Muchos han tenido que refugiarse en tejados, en fábricas, o en el piso superior de sus empresas, esperando a que el temporal pasara. Algunos han pasado horas agarrados a un árbol, a un poste, a una reja. Otros han perdido sus huertas, campos, negocios, y animales. Hay quienes tuvieron que salir de sus coches cuando las aguas comenzaron a inundarlos, rompiendo las lunas traseras para escapar.
Otros se quedaron atrapados en un atasco, dentro de sus vehículos, con el agua en los pies, hasta que finalmente fueron rescatados. También hay personas que han sido evacuadas, otras han encontrado refugio en casas de amigos y familiares, y muchos han dado su tiempo como voluntarios, prestando ayuda a los que más lo necesitaban. Son familiares, amigos, compañeros de trabajo o de voluntariado, conocidos, son gente a las que pongo caras y nombres.
Los relatos son innumerables, cada valenciano tiene hoy infinidad para contar. Con ellos, explicamos la que ya es nuestra historia como pueblo y nos validamos unos a otros nuestros sentimientos. Todos caben: euforia, alegría, tristeza, miedo, rabia, angustia, indignación, agradecimiento… ¿Quién nos va a negar que podamos sentir algo de esto después de que la DANA haya terminado con la vida de tantos hermanos y hermanas; después de que esta compleja catástrofe, de innumerables causas, haya arrasado nuestra querida Valencia, nuestra “terreta”? ¿Quién nos lo va a negar después de ver la respuesta unida de un pueblo que desprende generosidad y profunda humanidad? Llegarán otros momentos en los que tendremos que sostener que lo que hemos vivido siga dando el buen fruto que ya ha despuntado en tanta gente comprometida que ha ayudado a otros, y que tanto nos ha conmovido. Sin embargo, ahora también es tiempo de permitirnos compartir mutuamente todo lo que sentimos y acogerlo sin juicios.
*Este artículo fue escrito por Celia Arnau García, Animadora Laudato Si’ y voluntaria de Cáritas. Para conocer cómo ser un animador Laudato Sí, busca mayor información aquí.