En un mundo cada vez más afectado por fenómenos meteorológicos extremos, América Latina emerge como una de las regiones más vulnerables. Un estudio reciente de la Escuela del Clima de la Universidad de Columbia, respaldado por la Fundación Rockefeller, ha identificado a ocho países latinoamericanos en situación de “máximo riesgo” climático: Belice, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras y Venezuela. La investigación, basada en un innovador índice de vulnerabilidad, revela una cruda realidad: mientras la crisis ambiental se intensifica, las capacidades de respuesta de estas naciones son insuficientes.
La tormenta perfecta: amenazas naturales y sociales
El informe no solo evalúa la exposición a huracanes, sequías o inundaciones, sino también factores socioeconómicos que amplifican el peligro. La combinación de pobreza, inestabilidad política y degradación ambiental coloca a estos territorios en una posición crítica. Según los datos, más de 2.000 millones de personas en el mundo habitan zonas de alto riesgo climático, y Latinoamérica es la segunda región más afectada después de África.
Haití, por ejemplo, enfrenta una doble condena: su ubicación geográfica lo hace blanco de ciclones, mientras que la debilidad institucional limita su capacidad de reconstrucción. Algo similar ocurre en Centroamérica, donde el Corredor Seco —una franja que atraviesa Guatemala, El Salvador y Honduras— sufre sequías prolongadas que destruyen cultivos y generan hambrunas.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estima que la región necesita entre 470.000 millones y 1,3 billones de dólares para cumplir con los compromisos del Acuerdo de París. Sin embargo, el acceso a financiamiento internacional tropieza con barreras casi infranqueables: altas tasas de interés, falta de garantías crediticias y, en algunos casos, desconfianza de los inversores ante gobiernos inestables.
Para los expertos, el problema no es solo la cantidad de recursos, sino su distribución. Además, los países más vulnerables suelen ser los que menos herramientas tienen para gestionar fondos. El índice CliF (Climate Finance) presentado en el estudio busca resolver este dilema, orientando inversiones hacia proyectos de adaptación y resiliencia con criterios técnicos y sociales.
El costo humano y económico
Las proyecciones son alarmantes. Si no se toman medidas urgentes, el cambio climático podría dejar millones de desplazados y pérdidas económicas equivalentes al 5% del PIB regional para 2050. Venezuela, ya sumida en una crisis humanitaria, enfrenta un agravante: el colapso de su infraestructura la hace especialmente sensible a inundaciones y deslaves. En Bolivia, el retroceso de los glaciares amenaza el suministro de agua en ciudades como La Paz.
Pero no todo son malas noticias. El informe destaca casos de éxito, como el Fondo Verde del Clima en Ecuador, que ha financiado sistemas de alerta temprana en zonas indígenas, o las soluciones basadas en naturaleza en Belice, donde se restauran arrecifes de coral para mitigar el impacto de huracanes.
Mientras líderes mundiales discuten metas a largo plazo, en Latinoamérica la urgencia es palpable. El huracán Otis (2023), que devastó Acapulco, o las lluvias extremas en Manta (Ecuador) son recordatorios de que el clima no espera. La pregunta es si la región podrá movilizar recursos y voluntad política antes de que los desastres sean irreversibles.
Lo que está en juego no es solo el futuro ambiental, sino la estabilidad social de una región donde, según la CEPAL, el 30% de la población vive en pobreza. El cambio climático no es solo un tema de científicos o activistas; es, cada vez más, una cuestión de supervivencia.
*Fuente: efeverde.com