En el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, el panel sobre hambre dejó una reflexión contundente: terminar con el hambre no es solo cuestión de alimentos, es cuestión de resiliencia, sostenibilidad y dignidad. Así lo subrayó Rania Dagash-Kamara, Directora Ejecutiva Adjunta de Alianzas e Innovación del Programa Mundial de Alimentos (WFP), quien habló en nombre de los más de 300 millones de personas que hoy no saben si podrán alimentarse mañana.
Dagash-Kamara recordó que antes de la pandemia había unos 90 millones de personas en situación de hambre aguda, pero los conflictos, los fenómenos climáticos extremos y las presiones económicas dispararon la cifra año tras año. “A pesar de 60 años de trabajo incansable, alimentar y salvar vidas ya no es suficiente; necesitamos transformar sistemas junto a los gobiernos”, señaló.
Uno de los ejemplos más exitosos del WFP son los programas de alimentación escolar, que benefician a más de 500 millones de niños en todo el mundo. “Por cada dólar invertido, se obtienen hasta 35 dólares de retorno en salud, educación y productividad”, explicó. Y recordó que incluso países de altos ingresos —como Dinamarca— están ahora explorando estos programas inspirados en experiencias del Sur Global.
Dagash-Kamara también destacó el apoyo a los pequeños agricultores, en su mayoría mujeres (70%), brindándoles acceso a mercados. “Invertir en mujeres es la mayor inversión social que podemos hacer. Ellas educan, cuidan y sostienen comunidades enteras”, dijo, arrancando aplausos en la sala.
La representante del WFP no esquivó la crudeza del momento: los recortes globales en ayuda humanitaria ya han obligado a la organización a dejar sin asistencia a millones de personas. “Es un momento oscuro. Nuestros equipos deben decidir qué familia recibe comida y cuál no. Es jugar a ser Dios con recursos que no alcanzan”, confesó, tras relatar su visita a Afganistán, donde mujeres privadas del derecho a trabajar encontraron en la capacitación del WFP una vía de subsistencia y autonomía. “Con poco, cambiamos vidas. Y con alianzas, podemos cambiar sistemas”, aseguró.
El panel también marcó un nuevo capítulo de colaboración entre el WFP y la PVBLIC Foundation, tras la firma de un memorando de entendimiento. Dagash-Kamara fue clara: “Esta alianza es moralmente necesaria. Tenemos la responsabilidad de mostrar a la próxima generación que la solidaridad global es posible, porque si alguien no está seguro ni alimentado en un lugar, no podemos sentirnos seguros en otro”.
Finalmente, hizo un llamado a involucrar a la juventud en la lucha contra el hambre, no solo a través de redes sociales sino con experiencias reales en el terreno. Relató el caso de jóvenes refugiados en Kakuma (Kenia) que iniciaron piscigranjas con apenas 200 dólares y hoy abastecen mercados más allá del campamento. “Ese es el poder transformador de la juventud. Inviertan en ellos, acompáñenlos. Porque el futuro de la seguridad alimentaria mundial se está jugando allí”.
El mensaje de cierre fue categórico: “El WFP no puede hacerlo solo. Ninguna organización puede hacerlo sola. Alcanzar un mundo sin hambre depende de trabajar juntos, entre generaciones, sectores y comunidades”.