El mundo se reconfigura. El multilateralismo y los espacios de cooperación internacional que supimos concebir post Segunda Guerra Mundial, tambalean como nunca antes. En ese contexto y con esos síntomas de crisis, la Cumbre de Ministros de Ambiente en Lima no debería ser un acto más de diplomacia cansada. América Latina y el Caribe llegan a esta cita en un punto de quiebre: o seguimos siendo la retaguardia extractiva del mundo, o nos animamos a ser la vanguardia socioambiental que el planeta necesita.
El espejo roto de los discursos verdes
Durante años, la política ambiental de la región fue un catálogo de promesas incumplidas: ministerios debilitados, presupuestos recortados, megaproyectos fósiles presentados como “transición”. Y mientras tanto, bosques arrasados, comunidades desplazadas, océanos agonizantes. En cada foro se pronuncian palabras grandilocuentes —sostenibilidad, inclusión, resiliencia— pero al volver a casa, la maquinaria extractiva pisa aún más fuerte.
¿Hasta cuándo aceptaremos esta incoherencia? ¿Cuánto más soportará nuestra gente ver que se negocia su futuro como si fuera un commodity más? ¿Cuándo nos uniremos como región dejando atrás la pelea a la baja?
El poder que aún no nos creemos
La paradoja es brutal: poseemos la Amazonía, los Andes, el Caribe, el Cerrado, la Patagonia. Somos la región con la mayor biodiversidad del planeta y, al mismo tiempo, con sociedades que llevan siglos sosteniendo la vida en comunidad frente a la adversidad. ¿Por qué no asumimos ese poder?
Porque nos convencieron de que nuestro destino era ser proveedores de materias primas para financiar el “desarrollo” de otros. Porque seguimos atrapados en un relato de dependencia, donde el extractivismo es disfrazado de oportunidad.
Pero la historia está cambiando. El mundo sabe que sin América Latina no hay equilibrio climático posible. Ese es nuestro capital político más grande: y todavía no lo usamos con la fuerza que merece.
La Declaración de Lima no puede ser otro documento para adornar bibliotecas. Se trata nada más y nada menos que de la visión que tiene la región sobre la agenda socioambiental y que tendrá su síntesis en la UNEA7, a realizarse a partir del 8 de diciembre en Nairobi. Si no incluye compromisos verificables, mecanismos de financiamiento propios y la participación real de comunidades e indígenas, será apenas otra hoja arrastrada por el viento del cinismo. E
La sociedad civil ya lo sabe: no alcanza con “proteger el 30% de los océanos” si al mismo tiempo perforamos más pozos petroleros. No basta con hablar de género y justicia ambiental si seguimos criminalizando a defensoras ambientales que arriesgan la vida en sus territorios.
América Latina, es ahora o nunca
El mundo está en crisis y nos mira. No como víctimas, sino como guardianes. Esta cumbre puede ser el inicio de un viraje: dejar de mendigar fondos y empezar a diseñar nuestra propia arquitectura de sostenibilidad. Apostar a una narrativa de dignidad, de abundancia real, de soberanía ecológica.
Si seguimos posponiendo, la historia nos recordará como la generación que tuvo la oportunidad de salvar el futuro y eligió seguir saqueando.
No queremos que América Latina quede atrapada en ese espejo roto. Queremos que esta región sea el faro que demuestre que sí se puede vivir en coherencia con la Tierra.
El poder ya está en nuestras manos. Lo único que falta es que dejemos de temerle a nuestra propia grandeza.
América Latina no es un mercado de carbono ni una cantera inagotable. América Latina es canto, río, selva y memoria. Es el corazón verde y azul que todavía late cuando el mundo se asfixia.
Hoy no necesitamos más diagnósticos, necesitamos valor. El valor de decir basta a los discursos vacíos. El valor de mirar a los ojos a los pueblos que habitan estos territorios y decirles: “esta vez no los vamos a traicionar”.
Que la Declaración de Lima no sea una hoja más en el archivo de lo imposible, sino la llama que encienda un rumbo distinto. Que se escuche fuerte que no estamos aquí para administrar la miseria de lo que queda, sino para custodiar la abundancia de lo que somos.
Porque si no somos nosotros, ¿quién? Y si no es ahora, ¿cuándo?