En la actualidad, la tierra padece las secuelas de armas y bombas químicas derivadas de las guerras en la Franja de Gaza y en Ucrania, cuyo impacto en el ambiente resulta difícil de mitigar. Pero el planeta aún sigue pagando por todos los conflictos bélicos aún después de años.
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El uso de armas químicas y biológicas en las guerras contamina no solo el aire, sino también el suelo y el agua. Estos agentes tóxicos pueden persistir durante décadas, afectando a generaciones futuras y causando problemas de salud crónicos.
Ejemplo de ello fue la guerra de Vietnam, cuyas consecuencias perduran en aguas y suelos de la zona 60 años después; o los efectos provocados por los reiterados ataques químicos lanzados sobre la población civil en Palestina y Siria.
Los conflictos armados son sumamente dañinos y contaminantes, pero aún así, es difícil medir sus consecuencias en parte por dos factores: el acceso limitado para recopilar información en medio de los combates y la alta huella de carbono de los ejércitos, que queda completamente por fuera de todos los mecanismos internacionales para contabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero.
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Estas son algunas de las consecuencias desencadenadas a partir de los conflictos territoriales:
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