Una de las visitas emblemas de la ciudad de Buenos Aires es el cementerio de la Recoleta. El sitio aloja los restos de las figuras más destacadas de la historia y cultura argentina, y sus imponentes estatuas y mausoleos encierran mitos y leyendas épicos. Sin embargo, la historia de Sabú, “el perro del hocico de la suerte“, es una de las más inesperadas (y secundarias) de la necrópolis.
¿Quién era Liliana Crociati, la protagonista de la historia de Sabú?
Aunque los cuerpos yacen en el cementerio de la Recoleta, las historias permanecen. Algunas sobrevuelan los pasillos fríos del particular sitio a tal punto, que llegan a convertirse en mitos populares.
La historia de Sabú es la de un personaje secundario. En realidad, el perro devenido en estatua acompaña la trágica historia de Liliana Crociati, una joven de 26 años, hija del reconocido coiffeur Joseph Crociati y de la artista plástica, María Adriana Ana Balduino.
Tal como cuentan en la visita guiada del cementerio, la joven “Lili” amaba los viajes y el esquí. Todos los años visitaba Francia con su esposo de origen austríaco, Janos Szaszak (Jancsi), donde recorría y practicaba el deporte de invierno.
En febrero de 1970, la pareja visitaba el complejo Zürs am Arlberg (Austria) cuando un un alud arrasó con la ventana de la habitación del hotel donde se hospedaban. La nieve los cubrió en segundos y ni Liliana ni Jancsi pudieron reaccionar.
La muerte de Lili pronto llegó a Argentina.
Sabú, el perro del hocico de la suerte
Según cuentan los guías de la bella necrópolis y refleja en detalle el diario La Nación, “para homenajear a su hija y su arte, en medio del dolor que los invadía, los padres de Liliana le pidieron al reconocido escultor Wifredo Viladrich que diseñe una tumba de estilo neogótico con una escultura de bronce. Además, querían que tenga algunos detalles: que luzca un vestido de novia, tenga en el dedo un anillo de compromiso y esté acompañada por una réplica de su perro, Sabú“.
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Al día de hoy, el can tiene una particularidad muy notoria: su hocico presenta otro color ya que, con el tiempo y las supersticiones, fue perdiendo el bronce. Es que el mito que se fue construyendo con el correr de los años sostenía que tocar el hocico del animal traía suerte.
Tantas eran las manos que tocaban a Sabú que su típico color bronce se fue erosionando. Pero, además, el mito estaba atado a otra creencia urbana: se decía que que el perro murió en Buenos Aires el mismo día que su dueña lo hizo en Austria. Sin embargo, esto último no es verdad. La familia de Liliana fue la encargada de confirmar que Sabú murió años después por causa natural.
A este mito, se le sumó uno reciente que comentó una de las encargadas del recorrido: “Dicen las leyendas que quien toca el hocico de Sabú volverá al cementerio de La Recoleta”.
¿Conocías a Sabú?, ¿te trajo suerte? o ¿la suerte no existe?