Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura y una de las plumas más influyentes de América Latina falleció este domingo a los 89 años. Centrada en conflictos políticos, pasiones humanas y críticas sociales, su vasta y premiada obra no suele ser asociada con la literatura ecológica. Sin embargo, en novelas como “El Hablador”, “El Sueño del Celta” y “La Guerra del Fin del Mundo”, el autor peruano despliega una mirada crítica sobre la relación entre el ser humano y su entorno natural, especialmente en contextos de explotación colonial y modernización forzada.
Este artículo recorre esos textos donde la naturaleza no es solo un escenario, sino un actor silencioso que determina destinos, resiste al avance destructivo y, en ocasiones, termina siendo víctima del progreso.
1. “El Hablador” (1987): la Amazonía como territorio en resistencia
En “El Hablador”, Vargas Llosa narra la historia de un etnólogo que investiga a los machiguengas, un pueblo indígena de la Amazonía peruana. A través de dos voces (la del académico y la de un misterioso “hablador” nómade), el libro expone:
- La destrucción de la selva por la tala, las petroleras y las misiones religiosas.
- La cosmovisión indígena, donde la naturaleza y los espíritus son inseparables de la vida humana.
- La crítica al “progreso” que arrasa culturas y ecosistemas.
La profunda obra de Vargas Llosa revela en su capítulo 4, p.40, la reflexión de uno de los protagonistas (Saúl Zuratas)sobre la cosmovisión de los pueblos nativos: “Y, además, tienen un conocimiento profundo y sutil de cosas que nosotros hemos olvidado. La relación del hombre y la naturaleza, por ejemplo. El hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios, también. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre”.

2. “El Sueño del Celta” (2010): denuncia de la explotación colonial
Basada en la vida real del diplomático Roger Casement, esta novela expone los crímenes ambientales y humanos durante el “boom del caucho” (siglo XIX-XX). Vargas Llosa describe:
- La esclavitud indígena en Putumayo (Perú) y el Congo, donde miles murieron extrayendo látex.
- La devastación de la selva por empresas europeas.
- El primer informe ecologista de la historia: Casement documentó cómo la codicia destruía pueblos y bosques.
“Pese a estar tan lejos, pensó una vez más Roger Casement, el Congo y la Amazonía estaban unidos por un cordón umbilical. Los horrores se repetían, con mínimas variantes, inspirados por el lucro, pecado original que acompañaba al ser humano desde su nacimiento, secreto inspirador de sus infinitas maldades. ¿O había algo más? ¿Había ganado el diablo la eterna contienda?”, dice el libro entre sus párrafos.
3. “La Guerra del Fin del Mundo” (1981): el sertón como personaje
Aunque esta obra gira en torno a la Guerra de Canudos (Brasil, 1897), el sertón nordestino —un ecosistema semiárido— es clave. Vargas Llosa muestra:
- Cómo la sequía extrema genera pobreza y fanatismo religioso.
- La lucha por sobrevivir en un ambiente hostil, donde “la tierra no perdona”.
- El paralelo ecológico: la sequía del sertón vs. la “sequía espiritual” del Estado.
“La tierra, cansada después de tantos siglos de producir plantas, animales y de dar abrigo al hombre, pedía al Padre poder descansar”, es una de las citas que se pueden extraer de la maravillosa novela del escritor peruano.
A diferencia de autores como Gabriel García Márquez (que poetiza la naturaleza) o Horacio Quiroga (obsesionado con la selva), Vargas Llosa aborda lo ambiental desde lo político donde la naturaleza es víctima del poder (colonialismo, capitalismo, militarismo); lo cultural donde el interés está en quiénes habitan esos espacios (indígenas, campesinos, explotados) y lo ético: a través de la denuncia y de la exposición de la inmoralidad.
En definitiva Vargas no escribe sobre la naturaleza, sino desde ella. Sus novelas son una invitación a interpelar los sistemas y las formas de vinculación que tenemos con lo que realmente somos.