El próximo 22 de agosto, Bogotá se convertirá en el epicentro político de la Amazonía. Presidentes y altos funcionarios de los ocho países que integran la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) se reunirán en la V Cumbre Presidencial para debatir el presente y el futuro de la mayor selva tropical del planeta. Aunque la OTCA no es un espacio de negociación climática formal, su peso geopolítico y simbólico ha crecido considerablemente en un contexto donde la Amazonía se posiciona como actor clave frente a la crisis climática global.
La cita ocurre apenas tres meses antes de la COP30, que tendrá lugar en Belém do Pará (Brasil), ciudad que fue también sede de la última cumbre amazónica en 2023. Allí, el tema de los combustibles fósiles —especialmente la exploración petrolera en áreas sensibles de la selva— generó un fuerte debate mediático e interno, pero terminó excluido del borrador final de la declaración presidencial. Dos años después, el “elefante en la sala” sigue presente, más grande y urgente que nunca.
La presión crece desde la sociedad civil
A medida que se acerca la cumbre de Bogotá, distintas organizaciones sociales, ambientales e indígenas han comenzado a alzar la voz. De cara al encuentro presidencial, están convocando a una conferencia de prensa paralela que busca visibilizar los verdaderos debates que atraviesan la región amazónica, muchas veces silenciados o desplazados de las agendas oficiales.
Desde Brasil, Colombia y Perú, representantes de comunidades, expertos en transición energética y economistas ambientales compartirán sus perspectivas sobre:
- Los límites del modelo extractivista en la Amazonía.
- Los riesgos sociales y ecológicos de seguir apostando por petróleo y gas en plena selva.
- El verdadero costo económico de la degradación ecosistémica.
- El rol de los pueblos indígenas como guardianes del bosque.
- La necesidad de marcos regulatorios sólidos y coherentes con los compromisos climáticos.
- Y, sobre todo, la urgencia de elevar las ambiciones climáticas en todos los foros multilaterales, incluyendo esta cumbre y la futura COP30.
Un punto de inflexión
La selva amazónica ya muestra signos críticos de degradación. Investigaciones científicas advierten que el ecosistema se aproxima a un punto de no retorno si continúa el avance del extractivismo, la deforestación y el cambio climático. En ese contexto, las decisiones que se tomen en Bogotá —o las omisiones que persistan— podrían marcar el rumbo de la región por décadas.
Las organizaciones convocantes insisten en que esta cumbre no puede repetir el mismo libreto de las anteriores. “No podemos hablar de proteger la Amazonía mientras se siguen habilitando proyectos fósiles en su corazón”, advierten desde distintos colectivos.
La OTCA, nacida para promover la cooperación entre los países amazónicos, tiene ahora una oportunidad histórica: dejar de ser solo un espacio diplomático para convertirse en un actor político relevante, capaz de marcar posición frente a las contradicciones del modelo actual y proponer una transición justa y verdadera, que contemple no solo la reducción de emisiones, sino también el respeto a la vida, la diversidad y los derechos de quienes habitan la selva.
El camino hacia Belém
La cumbre de Bogotá será observada con atención por múltiples sectores. De sus resultados dependerá, en parte, el tono y la credibilidad con la que los países amazónicos lleguen a la COP30. Si la Amazonía quiere ser reconocida como solución climática, deberá dejar de ser también territorio de sacrificio.
Los ojos están puestos en Bogotá. La selva espera respuestas. Y el mundo también.