Desde la Conferencia de Estocolmo en 1972 hasta la reciente COP16 de Biodiversidad acabada el 28 de febrero pasado, las reuniones internacionales han sido más un ritual que una solución real a la crisis ambiental.
Cada año, líderes políticos, diplomáticos, científicos, activistas y representantes de ONG se reúnen en nuevas cumbres para frenar el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad y la irreversible destrucción de ecosistemas. Veinte años después de Estocolmo, la Cumbre de Río de 1992 marcó una nueva etapa, al adoptarse la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que más tarde sería reforzada con el Protocolo de Kioto (1997) y el Acuerdo de París (2015). Desde entonces y hasta hoy, ha habido encuentros y desencuentros.

La semana pasada culminó la segunda parte de la COP16 de Biodiversidad. Originalmente celebrada en Cali, Colombia, en octubre de 2024, terminó sin acuerdo, por lo que se requirió de un nuevo intento en Roma, que esta vez sí dio sus frutos el 28 de febrero pasado, aunque el consenso se alcanzó en el último minuto y de manera parcial. La manzana de la discordia, nuevamente, fue la financiación. Con todo, el primer plan global para financiar la conservación de la naturaleza ha sido aprobado. Es una gran noticia, aunque llega con más de cincuenta años de retraso.
El planeta no espera
Por desgracia, la crisis ambiental no esperará a que los países se pongan de acuerdo en medidas eficaces. Mientras los delegados debaten en salones climatizados, la temperatura global sigue subiendo y seguimos perdiendo ecosistemas y biodiversidad, con graves consecuencias para nuestro entorno y para nosotros mismos, costando no pocas vidas humanas.
El 10 de enero de 2025, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmó que 2024 fue el año más cálido jamás registrado al superar en cerca de 1,55°C los niveles preindustriales. Esto significa que en menos de diez años ya hemos roto uno de los compromisos del acuerdo de París de 2015, mediante el cual los Estados se comprometieron a realizar esfuerzos para cumplir con la recomendación de no exceder 1,5ºC la temperatura global del planeta. Según la misma OMM, los últimos nueve años han sido los más calurosos desde que se tienen registros, por lo que este récord de 2024 no es la excepción sino la confirmación de una tendencia.
Los incendios forestales en California, en la Amazonía y el sur de Argentina, las inundaciones en Valencia o las sequías en África; son solo nuevos y recientes ejemplos de lo que los científicos nos advirtieron hace décadas; de una crisis climática que avanza sin pausa. La humanidad parece haber dado un gran rodeo, cumbre tras cumbre, para regresar al mismo punto de partida.
Las otras cumbres
Esta situación, inevitablemente, me recuerda a la novela Cumbres Borrascosas de Emily Brontë. En ella, las pasiones humanas más oscuras —el odio, el amor tóxico, la envidia, el engaño o la venganza— entrelazan los destinos de sus personajes, llevándolos a un trágico final. Del mismo modo, en las cumbres climáticas, las bajas pasiones de la humanidad —el egoísmo, la ambición desmedida, la miopía política, la falta de empatía, el engaño en forma de greenwashing— parecen entorpecer cualquier avance significativo. Y, al igual que en la novela, solo parece haber una única solución posible: la reconciliación. Debemos reconciliarnos con nosotros mismos, con los que nos rodean y con la naturaleza que nos acoge y de la cual formamos parte inescindible. Sin ella no podemos sobrevivir, aunque ella sin nosotros, sí. Debemos dejar de tratarla como una fuente inagotable de recursos, de recursos naturales, y comenzar a hacer las paces con la naturaleza, como rezaba el lema de la cumbre de Cali.
Me consta personalmente que quienes asisten a estas cumbres lo hacen con las mejores intenciones. De hecho, en ellas me he encontrado con personas realmente extraordinarias con las que he podido tener inolvidables conversaciones. Sin embargo, la cruda realidad es que las decisiones verdaderas no se toman en estos foros, sino en otras cumbres, más opacas y menos accesibles, como las del Foro Económico Mundial en Davos, o en las reuniones del G20 y el G7, donde los intereses particulares de las corporaciones más poderosas y los gobiernos más influyentes priman por sobre el bien común. Mientras tanto, los compromisos globales adquiridos en nombre de la humanidad alcanzados en las cumbres oficiales son esquivos, parciales y poco ambiciosos, por no hablar de algo que es todavía más difícil y casi utópico: que tales acuerdos se cumplan.
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El ecocidio como crimen internacional
Nos urge un cambio de paradigma. Necesitamos que los compromisos globales se traduzcan en acciones concretas, con mecanismos efectivos de rendición de cuentas. Una propuesta esperanzadora es la iniciativa liderada por Stop Ecocidio Internacional, que busca convertir el ecocidio, es decir, los desastres ambientales a gran escala perfectamente evitables, en el quinto crimen de competencia de la Corte Penal Internacional. Esto supondrá un paso crucial para responsabilizar a quienes toman las decisiones que causan la devastación de nuestro único planeta, de nuestra casa común, pero también y sobre todo para la prevención. Para lograrlo, necesitamos que los políticos se comprometan, que las empresas entiendan la urgencia de la emergencia climática y ambiental y que los ciudadanos en todo el mundo no dejemos de pedir un cambio real.
En septiembre de 2024 Vanuatu, Fiyi y Samoa presentaron oficialmente la petición de incluir el ecocidio como nuevo crimen de competencia de la Corte Penal Internacional, seguida, al mes siguiente, del apoyo decidido de la República Democrática del Congo que manifestó su adhesión a la propuesta, precisamente en la cumbre de Cali.
La próxima COP30, que se celebrará en Belém do Pará, Brasil, es una oportunidad única para rectificar el rumbo. Será una vuelta simbólica a los orígenes, treinta y tres años después de la Cumbre de Río que sembró la esperanza de un futuro sostenible, pero también la oportunidad de demostrar que la humanidad puede aprender de sus errores. No podemos permitirnos otra cumbre borrascosa, cerrada en falso, sin acuerdos reales o sin acciones concretas.
En la novela de Brontë, la reconciliación llegó demasiado tarde, pero nosotros aún estamos a tiempo de reconciliarnos con nuestro hogar común. De nosotros depende. Nuestro maravilloso y único planeta necesita una ley internacional que de verdad lo proteja, una ley contra el ecocidio, que sea fruto de un compromiso real y colectivo con el futuro de la humanidad.
*Si querés conocer más sobre Stop Ecocidio Internacional hacé clic aquí y sé parte del movimiento global para proteger la Tierra.